Soy malo, malísimo para leer teatro. De hecho, soy malo para ir a deleitarme al teatro. En su momento, fui y harto a las puestas en escena tanto aquí, en Monterrey o bien, mis andanzas en la ciudad de México. Pero, siempre, me he decantado por un concierto de música a ir a apoltronarme a una butaca y ver pasar la vida en las caras y caretas de actores y vidas ajenas.
Si no voy al teatro, el leerlo me cuesta una dificultad enorme. Pero, todo tiene su excepción: en este momento estoy apasionado, entretenido y extasiado leyendo todo lo cual tengo de la obra del mayor dramaturgo, el mejor de la humanidad: William Shakespeare. También tengo su poesía completa. Sus famosos sonetos. En dos buenas traducciones.
Pero en este justo momento en dejar en letra redonda estas ideas, acometo la tirada de naipes de leer todo lo cual tengo de Shakespeare en clave gastronómica. Y claro, usted lo recuerda si me lee en este generoso espacio, es parte de un reto el cual me tiró el investigador don Joseph de Arévalo, botánico y químico en la ciudad de México: escribir una buena saga (da para un libro de ensayos completo, claro) donde con base en la hermenéutica, realizar un asedio completo a las bebidas, comidas, plantas, yerbas, flores y frutos los cuales alimentan no a las personajes (sino para mí, gente real) en las obras del inglés.
¡Caray, cuánto hubiese dado yo por haber tomado un par de tragos con don Shakespeare y emborracharme con él, como lo hacen sus personajes en sus obras de teatro! Al grano: hay una obra poco conocida y representada, es “Antonio y Cleopatra.” La trama es sencilla: es el amor funesto del gran emperador Marco Antonio por la reina egipcia, Cleopatra. Basado en la obra de Plutarco y claro, en su imaginación portentosa, Shakespeare nos regala un fresco, una estampa bella y aciaga del por qué los imperios se pierden. Básicamente dos motivos: el amor de una mujer (¿Significa algo hoy o ayer?) y el siempre nefasto alcohol; el beber y perder toda razón y cordura; sí, la ingrata y traicionera borrachera.
A vuela pluma varias referencias (diálogos) de los personajes: en el Acto II, en la Escena VI y VII, varios actores (Octavio César, Marco Antonio, Pompeyo, Lépido, Agripa, Mecenas y otros) beben hasta casi morir. Dicen los sirvientes: “Lépido está muy colorado.” El otro servidor espeta: “Le han hecho beber lo que ellos no querían ya.” Cuando sigue la acción, grita Pompeyo: “A la salud de Lépido.”
El tal Lépido, luego nos cuenta Shakespeare, tiene una resaca de proporciones épicas. Pero antes, Pompeyo grita de nuevo: “Llena, llena hasta los bordes.” Caray, si ellos estaban briagos, la tercera parte del mundo conocido de entonces, el cual ellos dominaban, también estaban borrachos. Antes de la batalla final con lo cual Marco Antonio pierde su imperio, su ejército y su vida, les dice a sus fieles guerreros: “¡Quiero que esta noche corra el vino por sus cicatrices!” Luego lo perdió todo.
Cleopatra para entonces, ya lo había vendido y traicionado... ¿Amor? Tal vez en Marte, no aquí en la tierra. ¡Salud!
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