A muchos nos pasa: te encuentras por casualidad con alguien que tienes entre tus contactos de tu red social favorita, y las miradas se desvían para evitar el incómodo ritual de socializar en frío con alguien que no es tan cercano como te pareció cuando se agregaron mutuamente. Más o menos de eso habla el concepto acuñado por Robin Dunbar, antropólogo él, para determinar el número de relaciones significativas que el cerebro humano es capaz de procesar.
No se trata de una teoría surgida por el fenómeno de aplicaciones sociales y buena-ondista de hoy, Dunbar publica el término al principio de los años noventa, antes de que el desarrollo de la era digital estuviera al alcance del gran público, aunque parece pensado como guía para transitar por la realidad actual.
En un momento vuelvo a lo nuestro, antes quiero señalar que el concepto es practicado, en conciencia o no, en cuestiones organizacionales. De manera empírica más que científica, desde la época del imperio romano hasta nuestros días, la milicia orbita alrededor del número Dunbar para el tamaño de unidades y compañías, seguro en afanes que tienen que ver con la capacidad de mando con respecto al tamaño del grupo más que con la sociabilidad de los soldados, pero aún es válido. Lo mismo en la industria como en la política, religión o educación, la cantidad de personas a supervisar, movilizar, guiar o educar, es deseable que ronde ese número para el éxito de un grupo. Insisto en algo: esto tiene que ver con la capacidad cerebral del ser humano, ir más allá de eso, resulta en relaciones más complicadas que convenientes o productivas.
Volviendo a lo que nos interesa que es nuestra vida privada e hilándolo con el párrafo anterior, entendemos que un trabajador pueda considerar dentro de su espectro Dunbar a su jefe y hasta al CEO de la empresa, aunque estos no sean recíprocos en su sentir; fácil entender que también aplica para el amor no correspondido. Igual, en el fanatismo o la afición, donde asoma mucho el carisma, uno sigue y es influenciado por vida y obra de su ídolo deportivo, artístico, religioso o político, mientras para ellos algo significativo puede ser un conjunto como su fanaticada, clientes, feligreses o electores, pero no un seguidor en particular. Entre aquellos que ni nos hacen en el mundo pero nosotros sí consideramos, la familia, los amigos y las relaciones cotidianas, una vez topado el número de Dunbar, habría que eliminar a alguien del círculo para darle la atención debida a otro. Los gobernantes entienden muy bien esto: una vez fuera del poder, son borrados de la mente del séquito que los rodea.
A estas alturas de somnolencia te debes estar preguntando cuál es el dichoso número que Dunbar propone como máximo de relaciones significativas. No te lo diré, apegado al espíritu de esta columna de invitarte a profundizar en otras fuentes si el tema te resultó interesante. Pero también como siempre, la finalidad es subrayar lo conceptual de una idea sobre la realidad o implementación de la misma.
Como en todo, surgen innumerables asegunes para cuadrar esto: aquellos que se han ido pero ocupan un importante lugar en nuestros pensamientos, ¿forman parte del número Dunbar? ¿Las mascotas? ¿los amigos imaginarios o los héroes de ficción? No lo sé, cada uno habrá de consultarlo en el diván o en la cantina, con la almohada o la maría.
Cierro citando al autor explicando quienes deben estar en tu espectro: “personas a las que no te avergonzarías de unirte sin invitación a tomar algo si te las encuentras en un bar”. El pero que desde aquí le ponemos a Dunbar, es que con dos tequilas a cuestas, con un negocio en la mano o por no sentirnos tan solos, nos da por agregar cualquier sapo a nuestra vida.
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