Siempre me he metido en pantanos siniestros debido a mi escritura, hoy no es la excepción. Gracias de corazón, palabra y pensamiento por todos sus comentarios y apostillas. La última saga de textos aquí picados, donde hemos abordado en un matrimonio divino, tanto los alimentos y bebidas alucinógenos, a la par de maridarlo con las letras del divino inglés William Shakespeare, me ha valido una buena cauda de comentarios; sí, pero también puntillosos señalamiento de gente más dotada a su servidor.
Hoy es el caso. He recibido una epístola del arponero y poeta, el escritor Phillipe Lowell (Puerto de Essex, Inglaterra, 1965), el cual escribe lo mismo en su lengua nativa, a un español perfecto. Me dispensa su amistad. Me lee puntillosamente y claro... me endereza dardos envenenados. Siempre. Es la ocasión de hoy. Me ha enviado una epístola con sabor y olor, como siempre, a mares de lejana osadía. Un párrafo demoledor: “Maestro Cedillo, lo leo y lo anoto. Veo con beneplácito el crecimiento de sus letras. Su saga sobre bebedizos, pócimas, yerbas y potajes en la obra de Shakespeare es buena, sin llegar a la excelsitud. Agradezco sus letras al reconocer sus limitaciones: no sabe 100% inglés. Y el inglés isabelino es rico en anfibologías. Pero vaya, no dudo usted va a sortear el escollo con donaire... eso espero.
“Maestro Cedillo, usted habla de brebajes, cocimientos, hechizos, tragos mágicos; su mezcal mexicano, su tequila el cual quema en la garganta, pero caray, no ha hablado usted de su bebida de dioses: el cacao, el chocolate. Cosa endémica de América y luego, dentro del mundo. ¡Por Dios! gran omisión y yerro suyo señor Cedillo. Reciba mis saludos desde algún lugar en la mar océano. Suyo, Phillipe Lowell... rúbrica.”
Al maestro Lowell nunca le complacen del todo mis letras. En fin. Yo en lo personal años en no tomar un vaso o taza de espumante chocolate. Prefiero la barra de chocolate amargo. O semi-amargo. Pero, de entre decenas de aportaciones de México y América al mundo, figuran dos regalos que están en boca de todos: el cacao y la vainilla. Un poema náhuatl dice: “Yo bebo cacao/ con él me alegro/ mi corazón se satisface, mi corazón es feliz.” Pues sí, el chocolate da felicidad, nos hace sentir alegres y contentos en esa región llamada alma, esa parte a la cual llamamos alma.
Un cronista, mílite él, estuvo en la batalla en la conquista junto a Cortés, Bernal Díaz del Castillo, describe un banquete de Moctezuma, “Le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados, y teníanlos puestos en braseros de barro, porque no se enfriasen. Cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada (guajolotes), faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos... dos mujeres le traían tortillas. Traíanle frutas de cuantas había. Traían en unas como a manera de copas de oro fino, cierta bebida hecha de cacao; dicen que era para tener acceso con mujeres...”
¿Lo notó? El cacao, el divino y supremo chocolate da energía sexual, es placer de dioses y es la bebida la cual hace levitar a curas en “Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez. Tema sin duda, para otro texto...
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