Durante décadas, tener un bolso de Hermès, Louis Vuitton o Chanel fue símbolo de status y éxito. El lujo se reconocía a simple vista. Pero la nueva generación ha aprendido que la vista engaña: hoy circulan réplicas de altísima calidad—tan bien logradas que ni un ojo experto podría distinguirlas.

No hablamos de las copias baratas que se vendían en mercados ambulantes, sino de falsificaciones que imitan el cuero, las costuras y hasta el peso exacto del original. Se producen con técnicas industriales avanzadas, a menudo en los mismos países donde las casas de moda fabrican sus piezas legítimas.
Aunque las falsificaciones erosionan la exclusividad, también transformaron ciertos logos en iconos culturales, multiplicando su reconocimiento y alimentando el deseo de poseer el producto original.
Tomemos como ejemplo a Gucci. A finales de los años 70 y 80, sus bolsas habían sido falsificadas hasta la saciedad: estaban en todos lados. Pese a interponer múltiples demandas, la marca no logró frenar la avalancha de copias. Al llegar los 90 ocurrió algo inesperado: lejos de destruir su prestigio, la falsificación masiva había convertido a Gucci en objeto de deseo. Su logotipo era reconocido en todo el mundo, incluso en ciudades donde la marca no tenía presencia física.
Este fenómeno no fue exclusivo de Gucci; también lo vivieron Louis Vuitton, Dior, Prada e incluso Chanel. El anhelo por poseer algo de estas casas era inmenso. Las marcas entendieron que gran parte de su público no podía costear un bolso, y respondieron con una estrategia astuta: lanzar líneas de accesorios más accesibles —gafas de sol, cinturones, gorras, llaveros, tarjeteros, lipsticks— que abrieron la puerta al consumidor aspiracional y se convirtieron en un negocio multimillonario.
Con el tiempo, muchas marcas de lujo descuidaron a sus clientes y la calidad de sus productos. Antes, comprar en una boutique era toda una experiencia: te recibían con una sonrisa y un trato cálido; te ofrecían una copa de champagne mientras el vendedor te mostraba las piezas; y si había que esperar, te acomodaban en una sala elegante, con café o agua servidos con esmero.

Hoy, en cambio, la escena es otra, ya no se siente como lujo. Puedes pasar hasta cuarenta minutos haciendo fila en la calle, bajo el sol o la lluvia, sin que nadie se preocupe.
Y muchas veces con algunas marcas, sobre todo con Chanel, la frustración llega después de que compras tu bolsa: la usas tres o cuatro veces y descubres un desgaste evidente en el material, como si se tratara de una imitación barata.

En 2023, el New York Times Magazine publicó el reportaje “The Superfake Handbag Industry”, que exponía cómo mujeres adineradas de Nueva York preferían comprar réplicas de bolsas Hermès, porque resultaba más sensato invertir el valor de una bolsa original en bienes raíces, multiplicando su fortuna y aun así, conservar el estatus que el logo les otorgaba comprando una fake.
El auge del lujo fue de 286 mil millones de dólares en 2018, a 355 mil millones en 2023, pero en 2025 las ventas caerán entre un 2 y un 5 por ciento, con la pérdida de unos 50 millones de clientes.

Descubrir que una bolsa que cuesta 100 dólares producir se vende en 4 mil, sumado a un servicio poco eficiente y una moda insostenible que lanza una it bag cada tres meses, ha hecho que muchos prefieran réplicas. Hasta que el lujo vuelva a ser auténtico, las réplicas seguirán ganando terreno.
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