FOTOS: LILY PERALES FOTOGRAFÍA
Desde el momento en que supe que estaba en espera de mi primera hija, sabía que mi vida cambiaría por completo, que daría un gran giro de 180 grados y que nada volvería a ser igual en mi día a día. Y así ha sido a lo largo de estos tres años. Nada, pero nada, ha sido igual. Desde el momento en que comienza mi día y suena ese despertador, me puedo conceder 20 minutos para tomarme mi café en silencio, pero mi mente empieza desde ahí a organizar mis horas, horas que yo sé que van a hacer falta.
Desde planear las comidas, la ropita, mochilas y pañaleras, llevarla a la escuelita, seguir trabajando, siestas, actividades diarias, tiempo para jugar y estimular, cumplir con las rutinas, baños, todo en lo que consiste la maternidad.
Nunca pensé que habría un trabajo tan complicado como el ser madre: no descansas, tu mente difícilmente puede estar en silencio, otra personita depende de ti, no tiene remuneración económica, no hay pausas, ni vacaciones. Es un trabajo donde no paras, no puedes parar.
Sin duda, la maternidad ha sido una locura, una aventura, una tarea ardua de crear, criar y educar a pequeñas personitas; es una gran incertidumbre, por no saber si estás haciendo las cosas como “deben” ser, llena de culpabilidad y de sentirnos juzgadas, de tristeza y frustración por querer ese ratito a solas y en silencio, solo contigo misma y tus pensamientos.
Sí, la maternidad es una montaña rusa, no es lineal, es difícil. Pero, sin duda alguna, la maternidad sí que ha sido la aventura más increíble, hermosa y plena que he vivido. Es el trabajo más gratificante que me habrían podido conceder. La maternidad, como la conozco, me ha dado fuerza que nunca me pensé capaz de tener. Ser mamá es un súper poder. Ser mamá es mágico.