Todos conocemos la frase con la que inició este texto. Es la romántica invitación que Doña Florinda hace a su amor platónico, el mítico Profesor Jirafales (el saltillense Don Rubén Aguirre), en la famosa “Vecindad del Chavo”. Esa invitación a compartir una grata charla con una taza de café es un eco que perdurará por siempre. Sin duda, la mayoría de los mexicanos, y claro, en el mundo entero, seguimos el ritual de levantarnos, desperezarnos y, casi de inmediato, encender la cafetera. Tostar el café (ni muy fino ni muy rudo), esperar a que el hilo de café se deslice hacia el vaso y, finalmente, disfrutarlo. El primer sorbo de café nos llena de energía y nos da ganas de vivir.
El café, como bien sabe usted, estimado lector, debe ser rudo, fuerte y amargo; que raspe la garganta, sin endulzantes de por medio. Cuenta Don Armando Fuentes Aguirre en una de sus conocidas anécdotas que, en el lugar cercano al paraíso llamado “Potrero de Ábrego”, un lugareño, al notar que un visitante no tomaba café en las mañanas, le preguntó con incredulidad: “¿Y luego, tú, con qué te desapendejas?”
Quien escribe estas líneas bebe incontables tazas de café toda la mañana, hasta el mediodía, para intentar “desapendejarse”. Aunque, siendo sincero, no siempre lo consigo.
El díptico se convirtió en tríptico, y hoy continuamos hablando del café y las cafeterías, un tema del que usted, amable lector, ha pedido más. Un incipiente otoño se adivina en el paisaje mientras escribo este elogio al café. Con frío o sin él, una taza de café siempre es bienvenida. Aunque, claro, es aún más placentero cuando el viento del norte llega y podemos entibiar nuestras manos con una humeante taza de café reconfortante.
¿Cuál es su cafetería favorita, estimado lector? ¿A cuál suele ir? En una cafetería se discuten los temas de moda, pero también se despelleja al vecino o al político. Se lloran penas, pero también se brinda con alegría. ¿Qué tipo de café prefiere? ¿Un café fuerte y amargo, como el espresso, o quizá uno con leche? Tal vez un capuchino. O, ¿qué tal un café helado?
El café es la droga psicoactiva más popular del mundo, legalmente permitida y disponible en todos lados: la cafeína. Y esa cafeína, contenida en un buen café, tiene atrapados a todos. El café mitiga la fatiga, nos mantiene alerta y, si debe trabajar de noche, ayuda a la vigilia. Es una bebida que contribuye a mantenerse despierto en un mundo que ya no duerme. Nuestros hábitos han cambiado, todo ha cambiado. Los historiadores cuentan que en el siglo VI a.C., el filósofo oriental Lao Tsé, padre del taoísmo, recomendaba a sus discípulos beber infusiones de té para mantenerse alertas y dispuestos a su nueva doctrina-religión. Y lo consiguió.
En el texto anterior le hablé de la portentosa novela La Colmena de Camilo José Cela. Aparte de ser un gran amasijo de personajes, un 90% de la novela transcurre entre las paredes, sillas y mesas de la cafetería de “Doña Rosa”. Allí, se sirven varias bebidas, infusiones y comidas que constituyen un verdadero recuento antropológico y sociológico de una etapa reciente de España. Una de esas bebidas es el aguardiente Ojén. Pero ojo, no se pronuncia “hojasén” ni “ojasé”. Se lo contaré en la próxima entrega.