Francamente, estar ante aquel mar de boletas me puso nervioso. Qué si le hago el caldo gordo a unos, qué si al país se lo va a llevar el espíritu del Che Guevara, qué si son los mismos de antes, qué si no voto luego no me queje, qué si voto, legítimo lo ilegal...vaya, hasta que soy un mal mexicano y un iletrado por salir a votar. Así las cosas cuando sobre pienso en todo lo que veo en mis algoritmos: el digital, que ha borrado de meses atrás todo lo relacionado con mascotas y ahora avienta puras canciones dolidas, y el social, en el que escucho la misma profecía de hace uno, siete, trece y diecinueve años.
Sentado ante la mampara para marcar las boletas, tuve la sensación aquella de mis días de estudiante: votar por el más cercano, o por la más bonita, por quién mejores propuestas tuvo (???), por los nombres que más me sonaban, por la que me instaron a votar desde mi algoritmo social, o ya de plano, por piedra-papel y tijera.
Fue así, sentado ante centenares de nombres que pasaron por un viacrucis de tramitología, escrutinios, entrevistas y cuestionamientos como si estuvieran probando su inocencia más que buscando un trabajo, que recordé cosas de antaño que hoy molestan más que en su momento.
Como cuando suspendieron en la escuela de mis hijos las elecciones para la sociedad de alumnos y reinas. Gran tamaño de estupidez quitarle a las nuevas generaciones la oportunidad de asomarse a la democracia (con todas sus deficiencias prácticas) por no generar conflictos. ¡Bravo educadores!
O cuando dejaron de llamar emprendedores a los estudiantes que vendían en el recreo lo que encontraban en casa y les prohibieron seguir por haber concesionado el comedor y la tiendita...algo parecido a fomentar el clientelismo desde pequeños, o al temido zurdismo, instalado de facto en escuelas privadas para facilitarles la vida a directores, consejos, papás y accionistas (sí, es una aberración moral y legal esto de escuelas-negocio, pero también es una aplaudida práctica social), no importa si los planes de estudio miran hacia la derecha. Nunca entendieron que concesionar es tan amigo del capitalismo (cobrar rentas) como del izquierdismo: inhibir la competencia.
O cuando organizaron en los recreos competencias calificadas, dejando el gol-para o el equivalente al béisbol (ese que aventabas una pelotita contra la pared y el otro tenía que anticipar o adivinar el bote para tomarla y hacer lo mismo), no se dieron cuenta que todos esos jueguitos de niños de ir y venir, chutar y parar, entrar y salir, y nunca acabar, era vivir conceptos como el mito de Sísifo sin tener que leer a Camus, era conocer filosofía profunda por experimentación y no por letras. Igual, vender las nueces recogidas del piso para venderlas iniciaba una carrera de negocios que luego, de forma empírica, hacía entender conceptos como valor agregado, ventas, crédito, fletes o acarreos, inversión, clientela y mercadotecnia. Todo antes de leer o escuchar al teórico que hablaba de negocios sin haber emprendido jamás. Y claro que por supuesto que desde luego que sí: eso que hacían las niñas de jugar a ser madres, seguro las sensibilizó para un posible futuro, no recuerdo verlas jugar a otra cosa dejando sus muñecas encargadas por ahí.
Total, que salir a votar por un Frankenstein cruzado con exorcismo cuando lo que se necesita es formación cívica, a muchos dejó un dejo de frustración. La frustración de haber perdido veinticinco años y lo que sigue de un siglo que prometía mucho para los mexicanos, frustración de enviar señales a una clase política que no entiende que tres cambios de régimen en un cuarto de siglo significan asco; asco no de un partido o ideología en especial, sino de una clase política que al elector le parece toda parida de la misma madre, que engulle a los poquísimos jóvenes que se interesan por ese camino, que encuentra legitimidad en el clientelismo más que en el apoyo a sus propuestas y candidatos, que siembra miedo desde cualquier dogma, que compartir tanto medias verdades como medias mentiras es su mejor idea para ganar adeptos. De una clase política que juega su juego desde siempre, en lugar de sembrar educación.
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