Sin metáfora de por medio, las calles arden. Diario, amanecemos a más de 25 grados. Ya luego en el día infernal, alcanzamos marcas jamás antes padecidas: 36, 37 o de plano 39 grados Celsius y esto apenas inicia, dicen los magos de la meteorología. Son las llamadas olas de calor las cuales nos agobian y nos martirizan.
Sin duda, una maldición en este valle del Saltillo, el cual en el camino y en su cielo azul sin nube alguna, olvidó su clima templado, bueno para los frutos de la tierra y el carácter de los hombres. Remedio para todo tipo de calor desquiciante en esta primavera ardiente, una buena cerveza. Fría, helada, “muerta”, como decimos aquí en el norte. Por cierto, los vecinos regios dicen “la calor.” Aquí decimos en masculino: “el calor.”
Defensa contra el calor, la cerveza. No pocas veces, la malquerida cerveza. Seamos francos, el vino cuenta con cientos de cantores los cuales alaban su textura, sabor y aroma; pero no pocos rapsodas han escrito denuestos en contra de la agradable y vilipendiada cerveza. Lope de Vega de plano, la compara con orines de burro: “Voy a probar la cerveza/ a falta de vino español/ aunque con mejores ganas/ tomara una purga yo/ pues pienso que la orinó/ algún rocín con tercianas.”
El mismo Carlos V, emperador del Sacro Imperio Germánico, cuenta la historia, desayunaba reverencialmente un tarro de cerveza. Pero insisto, la mala fama es ubicua. Un mexicano, Juan Rulfo, en su mítico “El llano en llamas”, igual al ibérico de lengua viperina, emparienta la cerveza tibia con los meados de equino: “Pero tómese su cerveza. Veo que no le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela. O tal vez no le guste así de tibia como está. Y es que aquí no hay de otra. Yo sé que así sabe mal; agarra un sabor como a meados de burro...”
Dejemos al burro atado y marinemos una cerveza bien muerta con algunos alimentos de su elección. No vamos a poner reparos ni remilgos ante este infierno el cual nos está secando. Usted lo sabe: desde una lujosa habitación del Ritz de París, y en sus últimos días sobre la tierra, Marcel Proust solicitaba refrescantes jarras de cerveza. Buena elección sin duda.
La cerveza es tal vez la bebida más social. Compartir una bebida con alguien, siempre será signo y símbolo universal de hospitalidad y amistad. Si usted invita a un ser humano a comer, digamos una buena parrillada, no a todos les van a gustar las vísceras, la riñonada o las piernas y muslos del animal. En cambio compartir una cerveza al destaparla y servirla en dos sendos vasos para chocar en un amigable brindis, posibilita la fraternidad, la charla y unidad.
Pues sí, eso lo cual se está perdiendo en nuestro mundo podrido por las redes sociales: disfrutar una buena tertulia con una buena y refrescante caguama.
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