Hace unos días volví a ver la película “Guerra de Novias” y hay una escena que, cuando la vi por primera vez, pasó desapercibida. Pero esta vez, fue diferente, me indignó. Liv (Kate Hudson) se prueba un vestido de novia de Vera Wang y la vendedora le dice con total naturalidad:
“Solo ten cuidado de no engordar. Una ajusta su cuerpo para entrar en un Vera Wang; el vestido no se ajusta.”
Esa frase, dicha como si nada, encierra todo lo que la moda —y la sociedad— nos ha hecho creer durante años: que el cuerpo debe adaptarse al ideal, no el ideal al cuerpo.
Nos enseñaron que el vestido es la joya, y la mujer, el maniquí.
Kate Hudson, en ‘Guerra de Novias’, encarna la presión de ajustarse a un ideal imposible de belleza. Foto: Claire Folger
Es la presión silenciosa que cargamos las mujeres: tener el cuerpo perfecto, la piel perfecta, el trabajo perfecto, la familia perfecta; Que nos olvidamos de vivir, de ser, de estar y de disfrutar.
Cuando debería ser al revés, aceptar nuestro cuerpo, nuestro rostro y nuestra historia.
Porque cuando vives en coherencia y sabes tu valor las personas adecuadas —amistades, pareja, oportunidades— llegan a ti con naturalidad.
No estás forzando nada, solo estás abrazando lo que eres, y eso es infinitamente más hermoso, atractivo y valioso.
Cuando llegues al cielo no te van a dar un premio por ser la más guapa o tener el mejor cuerpo.
No te rompas en el intento, no vale la pena.
El icónico vestido de Vera Wang simboliza el peso de las expectativas que la moda impone a las mujeres.Foto: Especial
Si yo tuviera una hija, le enseñaría que ella vale NO por su físico, sino por su interior: por su inteligencia, por su educación, por sus valores, por la ayuda que brinda a los demás, por la alegría que esparce, por lo buena amiga y compañera que es, por su humildad y sencillez, por su buen corazón y sus acciones.
Porque el cuerpo es solo un caparazón que Dios nos dio. No podemos cambiarlo, pero sí cuidarlo; mantenerlo lo mejor que podamos, comiendo sano y haciendo ejercicio, sin castigarlo por no caber en un vestido.
Cuando yo estaba en la universidad me eligieron como candidata a reina.
No veía la hora de llegar a casa para contarles a mis papás.
Mi mamá súper feliz me dijo: “Vamos a pedir tu vestido a Brasil.” Las dos soñando emocionadas.
Pero mi papá, con voz firme, respondió: “No. De ninguna manera. Mi hija no va a participar en eso.”
Me rompió la burbuja en un segundo. Confundida y con lágrimas en los ojos, le pregunté ¿por qué?
Me contestó: “Tú NO eres un cuerpo ni una cara bonita. Eres inteligente, y no te vas a exhibir.”
En ese momento no lo entendí. Lo sentí injusto y lo vi como mi enemigo, el villano (no quiere que sea feliz).
Hoy, al recordar esta historia, comprendo lo que quiso decirme: que mi valor no estaba en cómo me veía, sino en quién era.
Y es el mismo consejo que yo le daría a mi hija.
Tu valor no depende de tu cuerpo —flaco o relleno, agraciado o no—. Esas son etiquetas absurdas y obsoletas. Son cosas de la tierra que no tienen importancia.
Detrás de la sonrisa de la novia perfecta, se esconde el mensaje: no cambies tu cuerpo para caber en un ideal.Foto: Especial
Tú no elegiste tu físico, pero sí puedes elegir cómo sentirte y cómo hacer sentir a los demás.
Hoy quiero decirte a ti, mujer hermosa que me estás leyendo:
ámate como eres, porque cuando tú te amas, el mundo también lo hace.