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/ 18 mayo 2025

EL BOTIQUÍN DE LA TÍA REMEDIOS

Entre recuerdos, libros y pócimas, un viejo narrador recopila remedios y leyendas que curan, embrujan... o inspiran a escribir.

Estoy viejo y he leído mucho. Caray, cuánta pretensión, pero parte es verdad. Es decir, no me he dedicado a formar una familia (he tenido dos). No me he dedicado a hacer fortuna y harta lana (siempre la gasto) y jamás he pensado en eso llamado “futuro”. ¿Significa algo hoy? La vida normal y cotidiana no se me da. Jamás. De hecho, hoy estoy ya viejo y estacionado en esta mi ciudad, a la cual amo y detesto a partes iguales. ¿Antes? Antes, mis buenas borracheras terminaban siempre en Guadalajara, Ciudad de México, Mazatlán, Real de Catorce, o de plano, con mis hermanos en Chiapas.

¿Hoy? Hoy mi vejez y mi precariedad de lana me hacen estar anclado aquí. Cuando ando briago, siempre extraño Monterrey. Y como allí viví por dos largos periodos de mi vida y sigo escribiendo en un medio de comunicación allá, pues corro muy seguido a esa calurosa ciudad. Asfixiante, pero es una gran ciudad. Lo anterior viene a cuento por lo siguiente: estoy viejo, lo repito, y así como se hace la luz dentro del ojo, lentamente, he ido coleccionando remedios, recetas, plantas —las cuales curan y otras matan—, alimentos sanadores del cuerpo y alma. De hecho, debe de ser un capítulo de mi libro de gastronomía: “El botiquín de la tía Remedios.”

Aquí le he presentado, y por etapas, dichas pócimas que alivian o matan. Remedios, brebajes, elíxires, potajes. Todo en base a la cantidad de páginas que he leído. Sin más preámbulo, van algunas perlas. Inicio con lo siguiente: quisieron los hados de los libros regalarme la primera edición de la única obra de teatro de Octavio Paz, “La hija de Rappaccini”, en editorial Era, 1990. Edición príncipe, pues. Una joya. La encontré en Monterrey.

Aquí he tropezado con una lección de botánica. Va un remedio, contraveneno contra el encantamiento de cuando a usted lo tienen atolondrado. Dice un doctor, un personaje:

$!¿Mito o realidad? Dicen que Borges escribió El Aleph tras probar “pajaritos de monte”, hongos con magia y mística literaria.

“...Este frasco contiene un antídoto más poderoso que la famosa piedra bezoar, que el estalión o la triaca romana. Es el fruto de muchas noches de desvelo y muchos años de estudio...”

Espeta el doctor. ¿Qué era o es? Nunca lo sabremos.

¿Quiere usted escribir la gran obra? Lea: ¿verdad o leyenda? Se dice que Jorge Luis Borges escribió El Aleph comiendo hongos. Es el mito, por lo menos. La pareja del sabio Borges, María Kodama, en una conferencia en España titulada “Jorge Luis Borges y la experiencia mística”, alimentó la leyenda cuando, en una ronda de preguntas luego de su ponencia, dijo:

“A Borges le gustaba comer pajaritos de monte...” Y dichos pajaritos, mi lector, no son otra cosa sino hongos que contienen sustancias alucinógenas y estimulantes, las cuales producen estados alterados, como la psilocibina.

Repito: María Kodama dictó la conferencia “Jorge Luis Borges y la experiencia mística” en 1993. Allí espetó: Borges escribió su memorable texto (con base en Einstein: el pasado, el presente y el futuro en un mismo instante) debido a la ingesta de “pajaritos de monte”, hongos alucinógenos que crecen en Argentina, Colombia, Brasil y México. Sin duda, la tía Remedios da mucho por explorar.

Jesús R. Cedillo
por
Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete Premios de Periodismo Cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.
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