El año aprieta. Va desbocado. Para fines prácticos, vamos a mitad del res. Si apenas ayer nos entregábamos a la mesa, a la buena tabla y gastronomía que nos acompaña esos días rituales de fiesta y celebración (Navidades). Para una parte de la humanidad, se celebró el nacimiento del maestro Jesucristo. Y lo hicimos con una cena tradicional y ceremonial, tan anclada en nuestro imaginario, lo cual es imposible no hacerlo (creamos o no).
Esas fechas nos obligan a reconocer nuestras pasiones más humanas, que encuentran su epifanía al estrechar nuestra amistad, nuestras relaciones sexuales con la persona amada, en entregarnos a una comida reposada y disfrutar generosas libaciones de alcohol. Jesucristo vino a enseñarnos ese tipo de epicureísmo responsable.
Pero hoy, ya es Semana Mayor. En uno de tantos episodios donde el maestro enseña a través de sus actos y estilo a la par de hacerlo a través de sus historias (metanoia/transformación), en Juan 21:2–13, el maestro se convierte en chef y les cocina un delicioso pescado a las brasas con pan, a sus amigos y discípulos. Lección de humildad, templanza, solidaridad, reconocimiento, igualdad y, sobre todo, disfrutar en familia una sencilla comida.
Se lee: “Los otros discípulos llegaron en la barca, pues no estaban distantes de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces./ Al desembarcar, vieron puestas unas brasas y un pescado sobre ellas, y pan./ Jesús les dijo: ‘Traed algunos de los peces que acabáis de pescar’./ Simón Pedro subió a la barca, sacó a tierra la red, llena de ciento cincuenta y tres grandes pescados, y con tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo:/ ‘Venid y almorzad…”
¡Caray! ¿A poco no se antoja inmediatamente estar tirado en la arena, con piedras, tal vez un tanto incómodos, pero arropados por la mirada amorosa del maestro, el cual —y con sus propias manos y tal vez con una vara, una simple vara usada como trinchete o tenedor— le daba vuelta a un pescado a las brasas mientras a un lado se calentaba también el pan? Manjar de dioses, sin duda. ¿Usted sabe por qué deletrean el número exacto de pescados? Luego se lo platico.
¿A usted cómo se le antoja su pescado? ¿Crudo, a las brasas, con ajo, sin ajo, con picante, sin picante? Cuando al viejo pescador Santiago, de Ernest Hemingway, se le estaba nublando la vista en su novela la cual lo llevó al Nobel, “El viejo y el mar”, éste hace una reflexión para la vida: “(¿Comer ‘dorado’?) Es demasiado tarde para ganar fuerzas por la alimentación, eres estúpido, cómete el otro pez volador…” Luego el narrador nos deleita: “Estaba allí, limpio y liso, y lo recogió con la mano izquierda y se lo comió, masticando cuidadosamente los huesos, comiéndolos todo, hasta la cola.”
Se comió un “bonito”. ¿Usted cómo pide y come su pescado? “El viejo y el mar” es una lección de carne cruda, limpia, fresca. Proteína en estado puro. Regresaré al tema por ¡usted!