BILLIE Y EL GATO NEGRO

Escuchaba “We didn’t start the fire” de Billy Joel mientras entraba al estacionamiento de la plaza comercial. Ahí decidí que, independientemente de adoptar macho o hembra, su nombre sería Billie.

Era una gatita de ese color gris que algunas personas saben portar bien entre tanto ruido y color: un gris brilloso, elegante, digno, justo en medio de los contrastantes blanco y negro. Mes y medio tenía de nacida y buscaba un hogar.

Por primera vez en mucho tiempo, me dormí sin necesidad de encender la televisión, regresé a la clase de “papá primerizo 1” y lo poco que dormí fue en posición de momia. Con tristeza, observé que no comía durante la noche, ni a primera hora de la mañana. Decidí llamar a mi mentora en cuestiones animales para que me explicase qué hacer.

Más tarde, visité la clínica veterinaria. Ni con las ballenas en el mar de Cortés o la majestuosidad del cóndor en Perú o la víbora pitón reticulada en no recuerdo qué sitio, me sentí tan impactado ante la presencia de un animal.

Apenas crucé la puerta y ahí estaba: un gato negro con una estampa, digamos, señorial. Era más negro que la noche, sentado en medio de la veterinaria. Me observó con sus típicos ojos, de arriba abajo, no sabría decir si él medía mi altura, mi precaución o mi carácter. Desvió la mirada y regresó a hacer lo que estaba haciendo: nada.

Durante los siguientes días, visité el lugar para ver la evolución de Billie, e intenté hacerme amigo del gato negro, más por reto que por sociable. Tres comprometidas jóvenes veterinarias, con un alto grado de profesionalismo y responsabilidad animalista, ayudaron a Billie en su aferro a la vida y me enseñaron a darle de comer, y a acercarme al gato negro mientras este mostraba tanto interés en mí como los rockeros en Peso Pluma. 

¿Qué mueve a una persona madura para compartir sus tan preciados momentos y espacios de aislamiento con un animal? No lo sé, lo seguro es que no suplen la ausencia de hijos en casa, ni de amigos en la barra. Debe ser algo relacionado al futuro.

Pero el futuro no llegó para Billie. Murió una madrugada, sin llegar a cumplir los dos meses. No puedo decir que me haya afectado tanto su partida; apenas la tuve un día conmigo y los demás estuvo bajo la supervisión de profesionales. Pero algo se movió dentro de mí al ver los arrasados ojos de su veterinaria.

En un arranque de impotencia, animalismo, despecho o egoísmo, pregunté por el destino del gato negro. Me dijeron que estaba disponible en adopción, a pesar de su tamaño. Imaginé los tan distintos escenarios que las parejas en proceso de adopción han de descubrir dependiendo la edad entre un bebé, un niño o un adolescente. Porque por una simple letra, adoptado no es igual a adaptado.

Acordé visitarlo durante la semana para generar algún vínculo de confianza, para luego llevarlo a casa. En eso ando con cierto éxito, pese a tener, por mucho, más compatibilidad con los perros (ya sabes: eso de no atinarle a la taza del baño, dejar huellas por todas partes y babear casi por cualquier cosa).

Pero, ¿sabes una cosa?, dicen por ahí que cuando piensas mucho en alguien es porque ese alguien también piensa en ti. Y aquí me tienes, pensando en el gato negro y la posibilidad de brindarle un hogar, compañía, independencia y cariño. ¿Estará allá, en la soledad de la veterinaria, pensando en mí? Lo dudo, pero no me importa, a veces hay que empezar a mover las cosas por este lado para que también se comiencen a mover por el otro. Está decidido: mañana voy por él, y si el protocolo de adopción me aprueba, ya le tengo un nombre, aunque sea prestado: el Negro.

Arriba dije que adoptado no es sinónimo de adaptado, así es que viene tarea por delante para ambos. No tengo idea de lo que va a pasar. Luego de criar cuatro hijos esto no debería ser tan abrumador; pero, por alguna razón, lo es.

Pienso, como lo dije antes, que tiene que ver con el futuro. Quiero imaginar un futuro donde el Negro, además de significar una adición positiva en mi cotidianidad, tenga cierta importancia en mi vida y yo pueda ser su sustento emocional y compañía, a la manera de los gatos. Y donde Billie y todas esas criaturas de cualquier especie que se han ido prematuramente sean recordadas por quienes las tuvimos en los brazos por muy breve tiempo, pero el suficiente para darle un giro de cuidados a su existencia y de posibilidades a la nuestra.

César Elizondo

Escritor saltillense, ganador de un Premio Estatal de Periodismo Coahuila. Ha escrito para diferentes medios de comunicación impresos de la localidad.