¿Veneno o miel para el amor?

Hace poco fui, como siempre, a casa de mi hermana, la menor. Bueno, es mayor que yo, pero ya la alcancé en edad y la superé. Fui, como siempre, a gorrearle un buen almuerzo y platicar sobre los tópicos actuales en todo tipo de materias. Es decir, y como Dios manda, tratamos de arreglar el mundo. Pero, un día antes, componiendo un librero en mi residencia que estaba caído y de lado por falta de una buena tuerca (es metálico) –y como soy bastante malo y torpe para las cosas del mundo real–, me corté una de mis manos con un desarmador al tratar de repararlo. 

Maldije al ingrato librero, dejé la tarea a medio iniciar y me lavé, me enjuagué la herida con alcohol –la huella fue de regular tamaño, vaya–. Luego me puse un vendaje, es decir, una “mexicanada”. Cuando fui a casa de mi hermana, pues aún traía la herida considerable, pero sin ser escandalosa. Mi hermana me preguntó del percance y me ordenó –ojo, ella nunca pide permiso, me ordena– que me quitara ese “trapo” y me aplicó miel de abeja pura, que ella tiene siempre en un gran frasco de vidrio y con parte de la colmena en su interior. “¿Y ahora?”, pregunté como estúpido. “Nada”, dijo ella, “así déjate hoy, ya mañana estarás bien”. Pues sí, santo y natural remedio. Al día siguiente, la herida estaba curada en un 95 por ciento. Así de sencillo. 

La miel, por antonomasia, es el símbolo de la dulzura y, claro, se opone a la amargura de la hiel. La miel es el símbolo de la tierra fecunda y el paraíso a todos prometido. Es amor, pues. En la tradición órfica, la miel significa sabiduría. Las citas en la Biblia son bastantes. De hecho, dudé en encabezar este texto con el título precisamente de un verso, un parágrafo de la Biblia, específicamente de “El Cantar de los Cantares”. Los versos completos son los siguientes:

Miel destilan tus labios, oh, esposa.

Miel y leche, debajo tu lengua…

Entra en mi jardín,

hermana mía, esposa,

a coger de mi mirra y de mi bálsamo,

a comer de mi miel y de mi panal…

Ya en la antigüedad, el mismísimo Virgilio (en “La Eneida”) designa a la miel como un “don celestial del rocío”. Para las siguientes dos o tres colaboraciones, citaremos a varios autores con sus textos, donde hacen referencia a este placer de dioses. La miel siempre ha sido un símbolo de protección, de apaciguamiento, de dulzura, de seducción; y, claro, la miel es fundamental en ritos o pócimas, donde lo saludable se funde con la medicina. La miel es para los hindúes un principio de fecundidad, fuente de vida y de inmortalidad. Incluso ligada esta a la misma palabra, la cual es don divino también. Se lee en el “Atharva Veda”, libro sagrado de varios que ellos manejan y leen con pasión: “Oh, Asvin, derramad sobre mí el jugo / de la abeja, oh, maestros del esplendor, / para que dirija yo a los hombres / fulgurante palabra”.

Pero, ¿todo es miel y dulzura? ¿Y las pócimas y brebajes de encantamiento, y los venenos y elíxires de amor o desamor? Ahí viene el fatídico 14 de febrero, mucho por explorar en cuanto a alimentos y bebidas afrodisíacas…

Jesús R. Cedillo

Columna: Contraesquina / Salpicón Jesús R. Cedillo nació en Saltillo, Coahuila en 1965. Escritor y periodista. Ha publicado en los principales diarios y revistas de la república Mexicana. Ha publicado varios libros de poemas entre ellos: Sometimiento al relámpago (CNCA. Con dos ediciones, 1993 y 2001) y Alabanza de los frutos (Verdehalago, 2000). Ha obtenido siete Premios de Periodismo cultural de la UA de C en diversos géneros periodísticos. Su trabajo ensayístico está antologado en volúmenes editados en la capital de la república. Actualmente tiene en preparación el volumen de ensayos: Las formas del fuego y el libro de poemas, El Libro de los Reinos. Se dedica al periodismo y la literatura de tiempo completo. Cursa estudios de teología.