UN BANQUETE HOLANDÉS… EN ESTADOS UNIDOS

Usted conoce el libro o las diversas películas -es eso llamado un ‘imaginario colectivo’-, pero surgió de un cuento, una leyenda, una historia contada de padres a hijos. De colonos a colonos. De vecinos a vecinos. De escritor a escritor. Sí, es la leyenda del jinete sin cabeza. Folclor, leyenda, verbo, un giro retórico, poema, narración… en fin. Lo es todo y en todo mundo. Pero uno de los principales escritores que lanzaron tal historia al orbe fue Washington Irving con “La leyenda de Sleepy Hollow”. Sí, la tirada de naipes del jinete sin cabeza.

Usted lo sabe, el autor, uno de los mejores del mundo, Washington Irving, en gran parte de su obra, basa sus textos en leyendas e historias de los migrantes que dieron forma a Estados Unidos: holandeses, irlandeses, rusos, escoceses… Todo en un mundo focalizado: el río Hudson, al norte de lo que es Nueva York. Aquí es el terreno fértil para el jinete sin cabeza. Una historia transmitida de boca a boca, como la llorona mexicana o como el hombre del saco o como la “mangana” o… en fin. Son mitos, leyendas, historias. La vida, pues. 

Pero como todo sucede en esa comunidad -que no era gringa, sino una colonia holandesa en territorio de América-, la narración al describir un banquete no tiene desperdicio. La transcribo en parte, pero le refiero la edición completa: “La leyenda de Sleepy Hollow”, para editorial RBA, de España. Va…

“De buena gana me detendré ahora a describir el universo de encantos que se abrió ante los embelesados ojos de nuestro héroe cuando entró en el magnífico salón de la mansión de Van Tassel. Y no me refiero a los de las rollizas muchachas con toda su lujosa exhibición de rojos y blancos, sino a los numerosos encantos de una auténtica mesa de té rural holandesa en la suntuosa época de otoño”.

“Qué fuentes atiborradas de indescriptibles y variopintos dulces cuyo secreto solo conocen esas experimentadas amas de casa. Allí estaba la heroica rosquilla, el más tierno pastel de aceite y el dorado buñuelo que se desmorona. Pasteles de jengibre  de todas las formas y tamaños y toda clase de repostería. Y luego estaban  las tartas de manzana, las de melocotón, peras y membrillos en conserva, por no mencionar los sábalos a la parrilla junto a los cuencos de leche y crema…”

Caray, qué de delicias, señor lector. ¿Qué se le antojó? La descripción de alimentos y bebidas sigue por una página más. Y, le repito, una buena obra literaria, musical o artística es más que ficción: es la vida misma. Y es mejor a las aburridas obras de historiadores. Con Irving y su jinete sin cabeza, común a todas las culturas por lo demás, aprendemos más de recetarios europeos y de sus alimentos, que en esos aburridos y empolvados libros de “historia”.

El personaje, Ichabold Crane, el narrador, nos cuenta Irving: “se dilataba en proporción a la alegría que llenaba su estómago y su culto espíritu se exaltaba con la comida igual que el de otros se exalta al beber”, Sí, la panza es primero. 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.