«NO PUEDO MIRARLE A USTED SIN PENSAR EN UN ABUSADOR»

«NO PUEDO MIRARLE A USTED SIN PENSAR EN UN ABUSADOR»

Quisiera compartirles una anécdota que el Cardenal de Nueva York, Mons Timothy Dolan escribió hace unos años bajo el título “An airport encounter”. Dice así:

«Acababa de llegar al aeropuerto de Denver para hablar en la convención anual Living Our Catholic Faith. Mientras esperaba la llegada de las maletas, un hombre de unos cuarenta y pico años se me acercó. “¿Es usted un sacerdote católico?”, me preguntó. “Sí, claro. Mucho gusto”, le dije, tendiendo mi mano. Él la ignoró. “Crecí en un hogar católico”, respondió. “Ahora soy padre de dos chicos, y no puedo mirarle a usted ni a ningún otro cura sin pensar en un abusador sexual”.

¿Qué responder? ¿Gritarle? ¿Pedir disculpas? ¿Expresar comprensión? Admito que todas esas reacciones vinieron a mi mente mientras me debatía entre la vergüenza y la rabia por el daño y la herida que infligía con esas palabras punzantes.

“Bueno”, me recobré lo sufi ciente; “de verdad lamento que lo sienta así. Pero déjeme preguntarle, ¿automáticamente cree ver un abusador cuando ve un rabino o un ministro protestante?”. “Para nada”, me dijo. “¿Y cuando ve un entrenador, un líder boy scout, un padre de acogida, un consejero o médico?”. “Por supuesto que no”, respondió. “¿Qué tiene que ver con esto?”. “Mucho”, respondí. “Porque cada una de esas profesiones tiene un porcentaje de abusadores más alto que los sacerdotes”.

“Quizá”, admitió. “Pero la Iglesia es el único grupo que sabía lo que pasaba, no hizo nada, y se limitó a pasar los pervertidos de un lado a otro”. Mi respuesta: “Parece obvio que usted nunca vio las estadísticas sobre los profesores de colegios públicos”, comenté. “Sólo en mi ciudad de Nueva York, los expertos dicen que la proporción de abusos sexuales entre profesores de la escuela pública es diez veces más alta que entre los sacerdotes, y esos abusadores, simplemente, fueron transferidos de un sitio a otro”.

No respondió, así que continué: “Perdone que sea tan contundente, pero usted lo fue conmigo, así que permítame preguntar: ¿cuando usted se mira al espejo, ve un abusador sexual?”. Ahora era él quien se sobresaltaba como yo antes. “¿De qué demonios me habla?”, dijo. “Es triste, pero los estudios nos dicen que la mayoría de los niños abusados sexualmente son víctimas de sus padres o de otros miembros de la familia”, respondí.

Ya era bastante. Le vi inquieto y traté de suavizarlo: “le diré que, cuando le veo a usted, yo no veo un abusador, y apreciaría la misma consideración por su parte”.

Las maletas llegaron y cada uno tomó la suya. Salimos juntos. Al llegar a la puerta, él tendió su mano, la que 5 minutos antes no había tendido. “Gracias”, dijo. Se detuvo un momento. “¿Sabe? Pienso en los grandes sacerdotes que conocí de niño. Y hoy conozco muchos muy buenos. No deberíamos juzgarles a todos por los horribles pecados de unos”.

“Gracias”, Y así, ambos con la sonrisa en los labios, nos separamos. Pese al final feliz, aún temblaba y casi sentí que necesitaba un exorcismo para expulsar de mi alma sacudida el horror que todo este asunto ha significado para las víctimas y sus familias, para nuestros católicos, como ese hombre… y para nosotros, los sacerdotes.

EL AUTOR

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes Cumbres en Saltillo.

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Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.