PESCADO… A LA NAVAJA

Especialistas
/ 30 marzo 2025

El texto publicado aquí en lunas pasadas fue harto replicado. Fue el titulado “Hemingway en su jugo”. Recibí buenos y variados mensajes de atentos lectores como usted hoy, que me dispensan su amistad y lectura. Le platicaba en esa ocasión que tengo varias cábalas en mi vida. Tradiciones, pues. Usos y rutas de camino, las cuales me acompañan desde hace lustros y que no pienso cambiar nunca, jamás.

Varias de ellas, de las cuales aquí le conté: en Navidades, siempre leo y releo “Canción de Navidad” de mi amado Charles Dickens (no he fallado en ello en lustros y atesoro sus películas). En el transcurso del año, releo siempre “Don Quijote de la Mancha” de don Miguel de Cervantes. El año pasado fallé. Este año espero cumplir y, de hecho, acabo de comprar una nueva edición para ello: irla anotando morosamente con otro color de plumón. Las anteriores ediciones ya las tengo muy ajadas, puf.

Antes o en Semana Santa, siempre leo y releo “El viejo y el mar” de ese veterano de la vida, de ese semental con piel de lobo y corazón de oveja, el gran Ernest Hemingway. Y sí, muchos lectores me mandaron frases, acotaciones de él con motivo de su prosa genial. Un lector empedernido, empresario él, don Alejandro Valdés, dueño de uno de los restaurantes con más cantidad de comensales en la ciudad, me hizo llegar varias frases del genial Hemingway cuando éste habla del vino y la comida.

Don Alejandro Valdés, mejor lector que quien esto escribe, me mandó la siguiente frase, la cual está en las letras del Nobel gringo en su libro “Muerte en la tarde”. Libro el cual habita mi biblioteca, pero no he leído. Cosa que voy a remediar en estos días. La frase es: “El vino es una de las cosas más civilizadas del mundo y uno de los productos de la naturaleza que han sido elevados a un nivel mayor de perfección. Entre todos los placeres sensoriales que pueden pagarse con dinero, el que proporciona el vino, el placer de olfatearlo y saborearlo, ocupa quizá el más alto grado”.

¡Grande este maestro gringo! Le digo que me emociono mucho escribiendo de todo esto y ya luego tengo poco espacio. En “El viejo y el mar”, cuando al pescador Santiago se le acaban las provisiones en su vetusta barcaza y cuando ya trae remolcando al gran pez (un pez espada de proporciones centáureas), habla de qué pescados comía apenas los tenía en sus anzuelos. ¿Cómo se los comía y siempre con una sola mano, mientras con la otra no soltaba su codiciado trofeo? Pues así, a tasajo, crudos. Lo que hoy se conoce como una carne tártara o un carpaccio… sí, pero sin sal, limón ni aliño alguno. Solo eso, carne cruda arrancada a las escamas del escualo.

Ya no tengo espacio, lea usted rápido: “Ya me he comido un bonito entero. Mañana me comeré el dorado. Quizá me coma un poco cuando lo limpie. Será más difícil de comer que el bonito. Pero, después de todo, nada es fácil”.

Sí, así su comida para sobrevivir: directa, cruda. Sin nada más. Carne en su jugo. La naturaleza y Hemingway son sabios. Regresaré al tema.

Jesús R. Cedillo
por
Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de méxico. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la uadec en diversos géneros periodísticos.
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