Frank Sinatra se sienta a comer a la mesa... con los capos. No es nuevo. Ya se sabía, pero siempre será piedra de escándalo. En el año 2015 lo confirmó Juan Pablo Escobar, hijo del capo Pablo Escobar, el poderoso hombre de las drogas colombiano el cual hizo temblar no solo a su país, sino al mismísimo imperio norteamericano, y este tenía como socio a “La Voz”, al cantante Frank Sinatra. Lo dijo así su hijo: “Frank Sinatra era uno de los socios de mi papá en Miami. Hay más cantantes de lo que uno se imagina que comenzaron sus carreras con el patrocinio de los narcotraficantes...”
No hay nada nuevo. Ya se sabía. Al menos desde 1998, cuando en su libro “La mafia se sienta a la mesa, historias y recetas de la Honorable Sociedad” lo contaron los autores Jacques Kermoal y Martine Bartolomei en su texto para Tusquets. Aquí se cuenta cómo el joven Sinatra, perdido en Nueva Jersey, no hubiese llegado a ser “La Voz”, si no lo hubiese recogido “la mamma”, Natalia Garabante, una genovesa conocida como “Dolly.” La cual lo acercó a “La Sociedad” (imagine sus negocios) los cuales cultivaban varios placeres, entre ellos y como buenos italianos, la gastronomía.
Hasta el día de su muerte, Sinatra no dejaría de disfrutar la pasta, el “pesto a la Dolly.” Ya cuando los dólares caían a granel en la cuenta de Frank, el “muchacho de los ojos azules”, este se asoció con Joe Fusco, lugarteniente de Al Capone e invirtieron conjuntamente en el “Hotel Sands” en Las Vegas. El lugar, cuenta la leyenda y el libro, fue utilizado para escuchar a Sinatra, lavar miles de dólares y claro, evadir impuestos.
En los lapsos de vida entre una y otra cosa, ¿qué hacer? Lo mejor, lo cual saben hacer los italianos, comer. Paladear, disfrutar. Entregarse a los placeres de la lengua. No rezar, sino comer. En la mesa de Frank Sinatra jamás faltaba la pasta, el prosciuto di Parma, el parmiggiano, todo ello rociado con generosas copas de vino, ¿cuál si no? Chianti. Siempre Chianti.
Este libro cuenta cómo a Frank Sinatra le dieron la tarea de platicar en Sicilia nada menos con el jefe supremo de la “Onorata Societá”, Don Guiseppe Genco Russo, el sucesor del más grande, don Calogero Vizzini. La cosa era sencilla y complicada: la sucesión de Lucky Luciano, deportado de América a Italia, y asesinado en Nápoles. Llegó Frank y fue tratado como un... “picciotto” (mafioso de bajo rango).
Usted lo sabe: en una comida y brindado, se pacta, se hacen negocios, se conspira, se toman decisiones, se venden reputaciones; se pacta impunidad, comercio, impuestos... por eso la mafia siempre se ha sentado a la mesa. Ese día en el cual le dieron a Sinatra una patada, hubo “pasta-cicci (sopa siciliana de carne, macarrones, garbanzos y aceite de oliva), luego “bollito misto” (como un puchero, un cocido de res italiano). Llegaría el cordero asado, alcauciles y espinacas gratinadas y sin faltar, queso de cabra como final. Luego, dulces, café y grappa.
Al terminar, le darían el mensaje. De manera vergonzosa, Frank Sinatra regresaría a América.
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