Caray, estimado lector, ¡qué poco dura la vida eterna! Apenas días, apenas ayer celebrábamos en el calendario las Navidades con toda su pompa y boato, su cena de gala y su ponche humeante, y hoy, en poco tiempo de por medio, entramos de lleno a la Cuaresma y eso llamado Semana Santa, la Semana Mayor.
Se avecinan días largos y dolorosos, días de reflexión y ayuno. Días de oración y de enderezar nuestras preces al Altísimo por su complicado y violento viacrucis y, al final, su muerte y, para los que creen, su resurrección. Por estos días nos entregamos lo mismo al ayuno votivo que a la comida ritual. Ya los fines de semana y en los restaurantes urbanos hay tortitas de papa, tortitas de camarón, pescado salado seco; no puede faltar un alimento bíblico, un potaje de Dios mismo, mi favorito: lentejas.
Se ofrecen también ensaladas, caldos de pescado, marinado con todo aquello con nopales, flor de calabaza, cabuches, chicales, flores de palma, arroz, orejones lampreados… La variedad, no obstante que habitamos el desierto, es inigualable. Al final, y uno de los mejores postres creados por humanos geniales, es claro: la capirotada. Pero este tipo de cocina votiva significa mucho para nosotros, pero también en las fiestas de nuestros hermanos judíos o bien en el famoso Ramadán de nuestros hermanos musulmanes.
Toda comida con los musulmanes, por ejemplo, tiene un protocolo especial. Ellos se entregan con fervor al ayuno. Y cuando llega el romper con este, al cumplir con la tradición y volver a ingerir alimentos, hay varias comidas y bebidas destacadas: zumo de naranja, leche, dátiles, dulces, y lo clásico que usted conoce: la harira, chorba, huevos duros con comino y sal, y platos tradicionales elaborados a base de carne de cordero, pescado con verduras. Una especie de las mil y una delicias de los hermanos árabes.
Para ellos, el ayuno forma parte fundamental de su credo y tradición. No solo es dejar de comer, fumar y beber, e incluso la abstinencia de tener sexo. Es todo un viaje interior, una introspección que nos acerca –los acerca– a Alá, a su cultura milenaria y a la luna.
Uno de sus poetas, Sidi Rafael El Fasi, escribe: “¿En dónde está la luna, que no la veo? ¿Vendrá en su potro blanco, con arnés nuevo? ¿O vendrá paso a paso, de Alejandría, revestida de dátil, envuelta en generoso y dulce huevo?”
La comida, insistimos, es un sincretismo entre el ritual y alimentos americanos (aztecas, peruanos, quechuas…) con los traídos en las fragatas y naos por los españoles.
Ya es Cuaresma y aparecen las tortas de camarón con nopales, sopa de habas, sopa de lentejas, chiles rellenos no con carne, sino con flores de calabaza o flores de palma. Todo ello aderezado con los mitos y anécdotas que hoy se han pulverizado.
¿Le cuento uno muy arraigado en este mi pueblo, al cual amo y detesto por igual, Saltillo? En Viernes Santo, el día más largo y doloroso del año, uno no se podía bañar. Menos meterse a la mar… so pena de convertirse en un escualo, en pescado.