Como lanzar una botella al mar con la esperanza de que a alguien llegue el mensaje, envío de vez en cuando algo que me parece interesante, cómico, profundo o inspirador al grupo de whatsapp que comparto con mis bendiciones, beneficiarios o personas favoritas; hasta ahí las pistas de la gente en cuestión para conservar el misterio que según los sabios, todo escrito debe guardar para tensionar la trama.
Así fue que por la necesidad de levantar la mano para decir “aky toy”, o porque quise presumir de cultura general, o nomás porque traía saldo en el celular, les envíe la crítica que apareció en mi cuasi senil algoritmo de redes sociales sobre el último libro (último-último) de Gabriel García Márquez, “En agosto nos vemos”.
A decir de sus deudos, un texto inacabado por el que se obligaron a sopesar entre la voluntad del difunto nobel -con b- de no publicarlo por desmerecer a su arte, o la generosa contribución a la humanidad por parte de los herederos para dar a conocer la última novela por él tecleada. No lo sé Rick, parece falso este último argumento. Pero en fin, ese no es el asunto.
La cosa es que el dichoso libro me llamó la atención por tener un adendum facsimilar con las correcciones hechas por el autor sobre el texto original, es decir, fotografías de páginas corregidas por puño y letra de García Márquez. Cualquier persona que haya tenido intención de presentar un escrito decente, sabe cuántas ediciones, borrones, anotaciones, equivalencias, puntuaciones y demás cambios se realizan de una idea para mandar a impresión el producto final; para quienes gustamos de escribir mentiras completas o medias verdades, verdades ficcionadas o crónicas emperifolladas, las últimas páginas de ese póstumo libro resultan ser una especie de muestra operativa del gran maestro.
No hay que devanarse mucho los sesos para adivinar que alguno de los destinatarios de aquel mensaje de whatsapp interpretó que el volumen sería un buen regalo para mí. Entonces, aquí lo tengo gracias al patrocinio del Kiwi. Pero, tampoco ese es el tema. A lo que voy:
Para variar y no perder el estilo o voz narrativa de este columnista, había de hacer algo de escritura autoetnográfica, ese rollo ensimismado de hacer que todo trate de uno como adolescente incomprendido, pero queriendo aterrizarlo a puntos de vista comunes para conectar el concepto con el lector.
De ahí nace la reflexión sobre la novedad que presenta el formato del libro con eso de las notas del autor: más allá de la novela en sí, echar un vistazo a las correcciones, anotaciones, referencias y demás que uno de los mejores escritores hizo sobre un relato inacabado, me hace imaginar no solo al inmortal genio trabajando sobre su escritorio durante su ocaso existencial, sino también metaforizar sobre la vida misma, que en el trayecto nos orilla a enderezar e inventar, aprender, desaprender, considerar y entender, recortar y pegar, corregir o copiar, y una infinita lista de verbos que nos permiten construir un manuscrito coherente y legible, aún cuando el documento original parezca un borrador mil veces editado, pero donde la esencia de una historia no pierde el rumbo, si acaso, termina siendo escrita con diferentes palabras, frases, ritmos y puntuaciones, pero el alma o espíritu que mueve al relato continúa siendo el mismo.
Gran diferencia eso de andar por la vida poniéndole punto final a todo, siendo tan intrigantes y llenos de posibilidades los puntos suspensivos...
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