El terreno siguiente es propio de sabios. No de anacoretas, iletrados y peregrinos como este escritor. Entro a campo minado, pantanoso. So pena de perder ritmo, paso y velocidad. El terreno a ensayar es propio de eruditos y teólogos como mi maestro Juan Manuel Ledesma. Si viviese ese hombre de Dios unido a la eternidad, el hombre con voz de trueno, don Antonio Usabiaga Guevara, seguro me pondría en mi sitio por las torpes líneas genealógicas siguientes las cuales emanan de mi pluma.
Por estos días disfruto de lo siguiente, debido a mi panza siempre en quiebra: ensalada de manzana, licor de manzana, manzanas caramelizadas, manzanitas en cubitos como relleno de un chile en nogada. Al parecer la manzana es la fruta más cultivada en el mundo.
Desde el Mar Caspio hasta el Mar Negro. Aquí llegó vía la conquista y mercadería de los peninsulares. La manzana hoy atrae nuestra atención; pero ¿deberíamos hablar de la pecaminosa manzana? Su linaje y prosapia es antigua. Tiene tanto protagonismo hoy, como lo ha tenido desde el origen mismo de la humanidad.
Nuestro pecado original entonces, está en la gula y no en la lujuria. No la desobediencia o lujuria de Adán y Eva, sino la gula, es nuestra caída primigenia. La prueba de esta pareja tuvo un sesgo gastronómico. Dice la Biblia: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás...” (Génesis 2. 16-17).
¿Fue una manzana la cual probaron en su desnudez esta pareja de golosos? La tradición popular le asigna el nombre de manzana, pero es un fruto, así en genérico. Acota el sabio medieval Santo Tomás (1225-1274) en su inconmensurable “Summa teológica”: este pecado original el cual no fue sólo un acto de soberbia, sino también de “gula.” La manzana aparece reiterativamente en la Biblia, en textos antiguos o bien, en “Las mil y una noches.” Forma parte de banquetes y reuniones donde bulle el erotismo, debido a sus propiedades afrodisíacas.
Fruto poético por lo demás. Ese hombre todo terreno, Pablo Neruda, al cantarle a la tierra, le cantó amorosamente a este fruto. Pablo Neruda, en aquel viejo libro de “Odas elementales”, escribe: “A ti, manzana,/quiero/celebrarte/ llenándome/con tu nombre/la boca, comiéndote...” Si acaso la manzana fue el pecado original y por ello nos hicimos mortales, en lugar de haber abonado la inmortalidad y paraíso el cual Dios les había prometido a los brutos y desobligados de Adán y Eva, la manzana entonces es también y a la vez nuestro final y condena. Un poeta alto y venoso, Mahmud Darwix (1941-2008), en un libro perturbador, “La huella de la mariposa”, en su texto, “Lo que queda de vida”, escoge las cuentas de su devocionario para los últimos momentos sobre la tierra: “Si me dijeran: esta tarde será tu última tarde, ¿qué vas hacer el tiempo que te queda? –Miraré el reloj, me beberé un zumo, morderé una manzana...” ¡Puf!