La pasas fatal, como también fatal puede ser el resultado.
La palabra “enfermedad” no existía en mi mente, mucho menos “cáncer”; yo rara vez me enfermaba de algo, así que fue un shock tremendo para mí cuando me dieron la noticia. No me caía el veinte y tampoco entendí su gravedad hasta que empecé mi tratamiento.
Es un camino largo y muy desgastante. La etapa más difícil fueron los estudios que me hicieron para confirmar la presencia de cáncer. Fueron semanas de mucha angustia e incertidumbre. La etapa más dura fue la quimio, te desarma por completo. Tu cuerpo poco a poco pierde fuerza, sentía como si todo en mí fuera muriendo lentamente, hasta el último folículo; una parte de mí sí murió. No reconocía a la mujer que estaba frente al espejo y aceptarla me tomó tiempo. Para la segunda quimio, ya sabía que mi cuerpo no iba a resistir. Le pedí a mis papás suspender el tratamiento, les dije que mi vida había sido muy feliz y estaba lista para irme, que me dejaran así. Prefería vivir poco, pero bien. Obviamente ellos se entristecieron mucho. Les causé un dolor profundo y prometí no volverles a decir eso.
Platicaba mucho con Dios y le decía: “ya llévame, por favor. Me duele mucho”. En ese momento, no ves cómo las cosas pueden mejorar y piensas que ese dolor, tanto físico como emocional, durará para siempre. Además, no solo sufres tú, sino tu familia y amigos.
Mi séptima y octava quimio fueron terribles y, como lo había prometido, ya no me quejaba. Mis papás me veían mal, pero cuando me preguntaban cómo estaba, lo minimizaba: solo un poco de dolor corporal y de cabeza, cuando en realidad me sentía realmente MUY MAL.
Una noche, antes de que me internaran dos semanas porque mis glóbulos rojos, blancos, defensas y nutrición estaban en los mínimos, le pregunté a Dios: “¿es esta mi última noche?” Fue la peor de mi vida. Mi mamá estaba de viaje y mi papá trabajaba, me cuidaban Martita -ella trabaja en mi casa y la adoro- y mi sobrina. Ya les he contado de esto, pero no a detalle.
Todo empezó la noche del viernes. Mi sobrina estaba en mi cuarto, llevaba toda la tarde conmigo y en la noche me dijo: “voy a cenar con mi novio”. Escuché que mi papá llegó a la casa y me quedé dormida. Para mi mente, mi sobrina se había ido a cenar y a dormir a su casa; pero en realidad cenó en mi casa y se fue a dormir a su cuarto.
Yo estaba tan débil que no me podía parar de la cama. Lo intenté tres veces y las tres me desmayé. Me paraba de la cama, daba unos pasos y todo mi cuerpo empezaba a temblar y, ¡pum!, me apagaba. Cuando despertaba, volvía a mi cama, esperaba un poco a que pasara el malestar y lo volvía a intentar. La tercera me lastimé la mano, pero logré llegar al baño y, sentada en el escusado, me desmayé. Había alcanzado a recargarme con el brazo y la cabeza en el lavabo, de lo mal que me sentía, y cuando desperté todo mi cuerpo temblaba y mi cabeza se estaba pegando con la piedra de mármol. Le dije a Dios, desesperada: “¿es en serio, Padre? Ves que estoy sufriendo y todavía permites que mi cabeza se golpee repetidas veces”. Me calmé y logré regresar a mi cama. Eran tan pocas mis fuerzas que tampoco podía gritarle a mi papá.
Esa noche tuve un sueño muy raro. Mi sobrina, Sofía, estaba por nacer. Me encontraba en casa de mi hermano y él cargaba a Sofía y me la enseñaba (y es impresionante, porque así como la soñé, así es físicamente). Sentía que me estaba despidiendo, porque también soñé con los hijos de mi otro hermano.
A las 8 de la mañana sonó mi celular, era mi mejor amiga. Le contesté llorando.
—Me siento muy mal.
Mi papá ya estaba en el hospital, viendo a un paciente que estaba delicado.
Fer me dijo:
—Voy para tu casa.
—No te puedo abrir —le dije.
—Le marco a tu papá.
—No, está ocupado. No lo podemos molestar.
En eso, entró mi sobrina a mi cuarto. Fue como si un ángel bajara del cielo para ayudarme. Agradecí tanto su presencia. A los 20 minutos llegó mi papá y me llevaron al hospital. En urgencias estaban mi sobrina, mi mejor amiga y su mamá, se quedaron conmigo hasta que me dieron un cuarto. ¡Jamás olvidaré esa noche, ni la ayuda de esas tres mujeres que tanto amo!
Fueron las dos semanas más largas de mi vida. Mi cuerpo no aceptaba nada de alimento, así que un brazo lo tenía conectado a una bolsa de comida y el otro, a medicamento. No me puedo quejar, porque me trataron divino en el hospital. Pero me sentía no solo encarcelada, sino esposada, con mis dos brazos conectados a tubos.
Nadie podía entrar a mi cuarto. Estaba aislada. Solo mi papá y mi sobrina me visitaban unas horas. Mi papá desayunaba, comía y cenaba conmigo y canceló sus consultas para poder estar ahí. Cuando pude comer, mi mejor amiga me llevaba comida de su casa, una caricia a mi corazón.
Vi a varios doctores, con los cuales estoy súper agradecida. Los veía preocupados, porque mi cuerpo no reaccionaba, pero me sacaron adelante.
Mis amigas me visitaron, pero se quedaban en la puerta. “Le estamos poniendo mucha lata a Diosito”, me decían. Yo lloraba de alegría al verlas y saber que habían ido a misa a pedirle a Dios por mí.
El padre del hospital, después de unos días internada, iba a verme a diario y me daba la unción de los enfermos. La primera vez, mi papá lo pidió y yo me asusté mucho. “Eso es solo para personas que ya van a morir”, pensé. Pero mi corazón sintió una paz que no les puedo explicar. Los días siguientes yo se lo pedía al padre y él me decía: “esto no se puede hacer, es solo una vez”; pero abría su cajita de óleo y me lo pasaba por la frente. A partir de ahí empecé a mejorar.
A las dos semanas de haber sido dada de alta, llegó la fecha a la que más miedo le tenía: mi mastectomía. Aunque mi cuerpo ya estaba súper acostumbrado a los piquetes, la cama, a la rutina del hospital, no podía dejar de pensar que ese cambio sería para SIEMPRE. El cabello te vuelve a crecer, pero ¿esto? Esto es lo que nos hace femeninas, es una parte súper importante y hermosa del cuerpo. Es algo con lo que he tenido que trabajar mucho, ese pensamiento de que no volveré a ser atractiva. Toda la vida pensé que la belleza está en el interior y creo que estoy pasando por esto para realmente comprobarlo, para dar fe y testimonio de que sí puedes ser atractiva aún con una cicatriz gigante.
Hasta la fecha sigo sin reconstrucción y, les voy a ser sincera, no la necesito. Sí la quiero, PERO NO LA NECESITO. Esta cicatriz es parte de mí, de mi historia. Ya hasta la veo hermosa, ¡me recordará que soy fuerte y puedo superar cualquier cosa!
Todo empezó por una negligencia mía, porque hace tres años noté que, en la zona inferior de mi seno derecho, tenía una parte muy pequeñita y dura. En ese entonces trabajaba en la tele; estábamos en un corte comercial y le pedí a una doctora invitada que me revisara. Nos fuimos al camerino, lo hizo y me dijo: “¡no tienes nada!” Y eso fue como sacar el tema totalmente de mi cabeza. Pensé que era por la varilla del brasier, así que dejé de usar brasieres de ese estilo.
Lo durito seguía ahí y pensé que se había hecho como un callo, sin mayor problema, porque tampoco creció. Hasta un año después, de un día para otro, ese pedacito duro se hundió y ahí fue cuando me alarmé. Fue demasiado tarde, si hubiera ido a una consulta formal, si me hubiera hecho una biopsia en ese momento, nada de esto estaría pasando. Se habría detectado el cáncer en su primera etapa y tal vez no tendría que haber pasado por todo esto.
Después de contarles un poco de mi historia, les quiero decir dos cosas:
1.- El cuerpo siempre avisa: con una bolita, con un enrojecimiento, con una fiebre, con cualquier cosa; pero avisa. No lo minimices como yo y hazte los estudios correspondientes.
2.- Si el cáncer se detecta a tiempo, el tratamiento no es tan agresivo: la mayoría de las muertes es por un diagnóstico tardío.
Es una enfermedad muy desgastante, tanto física como mentalmente. No se la deseo a nadie. He aprendido cosas maravillosas y mi mentalidad como historia se está reescribiendo, pero sí les puedo decir que esto es lo más difícil que he pasado y daría lo que fuera por habérmelo podido ahorrar. No quiero que te pase a ti. Úsame como ejemplo de alguien que lo tenía todo y era muy feliz, pero lo perdió todo y está empezando de cero. Más valiente, más sabia, más empática, más centrada, sí; pero todo lo hermoso que construí se vino abajo en un segundo por una detección tardía.