JESÚS R. CEDILLO: PROTEÍNAS…PARA LA BELLEZA

Jesús R. Cedillo: Proteínas... para la belleza

Advierto: no soy nutriólogo, bariatra, médico internista (quien sí lo es y me salva de la muerte periódicamente es el galeno, el fino galeno Carlos Ramos del Bosque), ni químico, ni físico, ni especialista en ciencias alimentarias; no. Soy escritor. Pero no se necesita ser bariatra, médico internista, nutriólogo o maestro en ciencias alimentarias para saber lo siguiente: su cuerpo, sus órganos y toda su mente y potencia creativa se basan en su alimentación, específicamente en eso llamado proteínas.

De preferencia, y siempre, proteína animal. ¿Hay proteína vegetal? Pues sí, pero usted necesita comer un bosque completo para más o menos igualar los nutrientes de un buen pedazo de cordero, un cabrito, un cerdo al ataúd, un buen filete o, de plano, carne cruda: eso llamado carne tártara. He tenido dos amigas y un amigo que eran vegetarianos. Los tres murieron cuando andaban en el rango de los treinta y tantos años. Eran sanos. Tan sanos, que un día cayeron como tabla y murieron. Así de sencillo.

Escrito el anterior liminar, entramos en materia: han querido los hados de los libros y mis lecturas que en dos fragmentos harto esclarecedores, tanto Virginia Woolf (1882-1941) como Giuseppe Tomasi de Lampedusa (1896-1957) hablen de la diferencia abismal entre la comida engullida por hombres en con traste con la de las mujeres; y por lo anterior, esboza la primera, la inglesa: “Uno no puede pensar bien o amar bien, dormir bien, si uno ha comida mal”. Lo anterior en su libro memorable de ensayo “Una habitación propia”.

Ahora bien, releyendo una vez más a Lampedusa y su obra maestra, “El Gatopardo”, en una de esas cenas fastuosas que se brindan en la Sicilia de monarcas y príncipes, el tremendo Príncipe Fabrizio deja tatuado a fuego vivo una apreciación que en anteriores lecturas se había escapado de mi plumón rojo: el comer bien, el engullir buena carne y buenos vegetales, el aire fresco y el ejercicio contribuyen y otorgan… la belleza física. ¿Privarse de lo anterior? Nos emparienta y nos otorga la calidad (amén de parecerse físicamente a ellos) de simios, primates; animales, pues. Puf.

Lo anterior no le va a caer nada bien a las feministas, pero es justo lo que el gran Lampedusa escribe en su genial “Gatopardo”. En la próxima entrega le presentaré los dos tramos completos, tanto el de la Woolf como el de Lampedusa. Lea usted a vuela pluma lo siguiente: “…en aquellos años, la frecuencia de los matrimonios entre primos, producto de la pereza sexual y el interés por preservar las tierras, la escasez de proteínas en los alimentos, agravado por el exceso de fécula, la falta total de aire fresco y de ejercicio, habían llenado los salones de una turba de muchachitas increíblemente bajas, inverosímilmente cetrinas, insoportablemente chillonas…” Don Farbizio, el Príncipe de Salina, solo tenía ojos para la “rubia María Palma y la bellísima Eleonora Giardinelli…”.

Par de hembras hermosas nos dice el genio de Lampedusa, “cisnes paseándose en aquel estanque de renacuajos…” Puf. Si usted explora este texto en clave de “equidad de género”, pues sí, las feministas no dudarían en quemarlo. Lo bueno es que no leen ni protestan. Vuelvo con un texto más. Coma usted proteínas, hartas, para estar guapa/guapo y sano. 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.