Infidelidad

“El mejor estado del ser humano no es estar enamorado… Es estar tranquilo”

Estremecedor, ¿cierto? Cómo una simple, conceptualizada palabra provoca tantos sentimientos: traición, engaño, maldad, pecado, impotencia, opresión, culpa. Cómo once letras destruyen un momento, un recuerdo, una vida. Pero, ¿por qué tendemos a adueñarnos de las consecuencias de ello? ¿Por qué pensamos que “alguien” nos “es infiel” cuando no somos pertenencia de nadie, así como nadie le pertenece a uno? ¿Por qué nos apropiamos de tan terrible sensación cuando, al único que se le es infiel, es a uno mismo? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato.

Del latín “fidelitas”, la palabra fidelidad se define como “la cualidad relativa a la lealtad o la fe”. Éstas últimas dos hacen referencia a la entrega, a la confianza ciega, a la permanencia hacia “algo”. Nosotros, seres humanos, probablemente hemos confundido estos conceptos. ¿Quién nos hizo pensar que debíamos entregarnos o permanecer con “alguien”? No me malinterpreten, pues no pretendo causar controversia ni defender la falta de compromiso que provoca dolor y sensación de corrompimiento. Sin embargo, la falta de fidelidad en el mundo no se debe a esa pequeña parte de todos nosotros que, de alguna manera, tiende a veces a la obscuridad.

La falta de fidelidad no se debe a querer lastimar a “alguien”, a provocar pleitos o inconformidades. A dañar la estima de un semejante o arrebatarle sus ganas de amar. No, señores. El verdadero problema con la infidelidad en casa, en las calles, en el país y en el mundo entero queda encasillado en la siguiente oración: hemos hecho pensar al otro que la infidelidad es en su contra, cuando, en realidad, siempre ha sido en contra nuestra. Cuando uno no le es “fiel”, “leal” o “entregado” a sus principios, calidad humana y valores en general; cuando uno carece de empatía con el alrededor.

Cuando uno no se “siente” amado del todo, se traiciona a sí mismo. Al suceder esto, busca en otro lugar, precisamente, eso que no encuentra en su interior. Pero no pensemos, por favor, que la acción de algún otro de no saberse quien realmente es y de no encontrar su lugar en la Tierra es contra nosotros. No pienses, de ninguna manera, que tienes la culpa de ello. Venimos al mundo en individual a coexistir con los demás, no a adueñarnos de los demás. Compartir experiencias y vida, más no a limitar ni tomar la vida de otro y asegurar que también es nuestra.

Cuando uno se percata que somos seres tan grandes y misteriosos, con capacidades infinitas de sentir y de ser, no necesita aprehenderse de nada ni de nadie para alcanzar ese estado que tanto buscamos en la vida: la tranquilidad. Sí, tranquilidad. No felicidad, no enamoramiento, no plenitud. Un autor que desconozco; un humano con capacidad de pensamiento admirable, dejó grabado en papel el secreto hacia el entendimiento de la humanidad: “El mejor estado del ser humano no es estar enamorado… Es estar tranquilo”.

Esta reflexión es clave para la comprensión entre individuos; pues, cuando uno se encuentra tranquilo, uno ama, vive, sonríe, comparte, se compromete y, por ende, es fiel. Uno solo es fiel cuando, en su tranquilidad, sabe que nunca sería capaz de lastimar a otros. Uno solo es fiel cuando se valora a sí mismo. No podemos pedirle a alguien que nos ame cuando éste no se sabe amado; cuando, en su interior, nunca está tranquilo. Así que, querido lector, no permitas que un sentimiento de intranquilidad ajena termine con tus días, con tus pensamientos, con tu amor y tu paz. Créeme, un ser completo no anda por la vida atándose a otros, sino “siendo” con otros

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.