“Muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. Esto lo escribió Gabriel García Márquez en los primeros párrafos de Cien años de soledad.
Pues bien, hoy les voy a platicar algo de mi madre, a quien hoy despedimos. Y es que, en dos situaciones de su vida, no existieron palabras para identificarla, como en la novela de García Márquez.
La primera palabra inexistente: a la muerte de mi hermano, nadie dio con un adjetivo para nombrar a ese dolor de una madre cuando fallece su hijo. A partir de hoy, me llamo huérfano, pues quedo sin padre y madre; a diferencia de cuando murió Pepe, pues para ella no hubo un adjetivo que la describiera, no hay una palabra para eso.
Va un poquitito de historia para la otra palabra. Fue mi abuelo quien, en los años de la posguerra, trajo la primera pasteurizadora a Saltillo; a mis tíos, a mi madre y a mi tía les decían los Güeros Pasteurizados. De parte de mi abuela, aparece el lado dulce: un gusto por la elaboración (y consumo) de conservas y cajetas, de finos dulces de leche y quién sabe qué cosas más. Ahí anda mi tío Lucano, todavía cargando el nombrecito.
Con esto quiero hacer gala de sangre trabajadora. A sus nietos, los invito a hacer conciencia de la mezcla de su sangre, que reconozcan en ella la ascendencia de la abuela.
Pero volviendo a mi madre para esa segunda palabra: hace más de cincuenta años, platicando con mi padre, le comentó de sus planes de ponerse a trabajar, como lo hacía desde niña. Reconocimiento a mi padre: siempre con buenos empleos, llevando su casa con suficiencia, sin mediar necesidad, ni restar en dignidad, apoyó en eso a mamá. Fundaron entonces un negocio del cual te ofrezco una estampa.
Ella levantaba la cortina en la mañana y realizaba algunas ventas. A la hora de comer, cerraba el negocio y pedía a un par de jóvenes que cargaran la camionetita, una de estacas, ya bastante vapuleada, le llamábamos “la Chimoltrufia”. Regresaba por la tarde, luego de entregar y comer a la carrera. Volvía a abrir y cerraba hasta la noche. Las ventas de la tarde se entregaban después del cierre o al otro día antes de abrir. Así durante muchos años. Estoy hablando del siglo pasado, con la conciencia colectiva de aquellos años.
Hoy dicen que si algo no se nombra, no existe. Entonces, de alguna manera, aunque la palabra para describir lo que hacía mi madre sí existía en el diccionario o en el ideario, nadie la nombraba; por lo tanto, era letra muerta, pero ella de cualquier forma lo hacía. Esa palabra, que hoy está más viva que nunca, que la escuchamos y la vemos accionar en todas partes y en todo momento es: feminismo.
Para mí, y para orgullo de sus nietas y nietos, ella fue la primera feminista de Saltillo. Podrá alguien no estar de acuerdo en eso, pero como siempre digo: me pueden corregir un dato, pero nunca el garabato.
De acuerdo a la promesa de la religión que bautizó a mi madre y que hoy nos recibe en este templo, ella es recibida por su padre y madre, sus hermanos, su esposo y su hijo.
Entonces, felizmente, podemos decir que esa primera palabra inexistente ya no aplica a mi mamá: hoy se ha reencontrado con su hijo. Es en esa doble cara de la vida donde, por consecuencia, vemos que acá nos quedamos tres huérfanos; pero en esas tantas cosas que la vida nos ofrece a sus nietos y sus nietas, a mis hermanas y a mí, nos queda el consuelo de repetir con mi madre lo que nos ha venido sucediendo tras las muertes de los Pepes: encontrar, en cualquier sitio y circunstancia, a personas que vivieron distintas experiencias con ellos y que nos platiquen de eso, pues ahí los vemos a ellos, sabiendo que siguen entre nosotros. Esperamos, expectantes y abiertos, todas esas historias de las cosas que en algún momento hizo ella, en otras facetas de su vida distintas a ser abuela y mamá.
Entiendo que ella fue diferente para todos, cada quien la recordará de acuerdo a la personalísima relación que cada ser humano tiene con los demás. Pero para fines de comunidad, les pido que, en lo general, conservemos de ella dos imágenes comunes, donde ella fue ella, sin más adjetivos que un ser humano con la gracia de vivir. Les invito a recordarla en dos formas que para nosotros significan la esencia de su ser, además de abuela y madre: la Güera Pasteurizada y la Primera Feminista de Saltillo.