ENTRE CEMPASÚCHIL Y VELADORAS

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Saludos mi estimado lector. Estamos de manteles largos, contamos las horas para recibir a nuestros seres queridos, aquellos que vienen del lejano Mictlán. ¿Ya tiene lista su ofrenda? Si es así, seguro su casa ya huele a cempasúchil y cera derretida.

El ambiente comienza a tornarse místico ¿ya lo sintió? Se percibe una sensación nebulosa, algo así como sombras flotantes ¿ya las vio? Se esconden tras los reflejos tintineantes de las ardientes veladoras. ¡Cuántas figuras simpáticas en el papel picado! ¿verdad? Mi favorita es la catrina fumadora. Mi madre siempre la ponía al centro, en uno de los niveles altos, donde la buena iluminación y el fondo obscuro hacían resaltar su elegante vestido. ¿De cuántos niveles hizo su altar?. Yo, por esta ocasión me limite a tres. La tradición en mi casa eran siete. Sí, no le miento: siete. En casa de mis padres el Día de los Muertos pesaba más que la venerada Navidad.

Atesoro hermosas vivencias con “doña Chule” (mi madre) haciéndome partícipe de tan importante tradición. Recuerdo deshojar docenas y docenas de cempasúchil para tapizar el suelo de pétalos olorosos. Éste era el primer nivel, mismo que tenía al centro una simétrica y brillante cruz de sal blanca, muy necesaria para purificar las almas y la noche transitara en paz. A las orillas, ponía algunos tepalcates que fungían como floreros para los terciopelos.

¡Cuánta belleza y excentricidad caracterizan a esa típica flor de ofrenda! ¿Cuántos retratos pondrá usted este año? Yo podría organizar un fiestón de tantos familiares que ya pasaron a mejor vida, pero por esta ocasión solo habrá ofrenda para mis padres y mis cuatro abuelos. La intención es que al “Huerco 1” y al “Huerco 2” (mis hijos) les quede marcado como a mí, ese cúmulo de sensaciones al mirar el altar iluminado.

Desde tu visión de niño, te despiertan curiosidad los rostros de las fotografías viejas, de las que sólo conoces algunas historias, unas chuscas, otras trágicas, lo importante es darle vida al muerto, recurriendo al método más antiguo utilizado por el humano para transferir el conocimiento ancestral. El conjunto de parientes que mi madre acumulaba con el paso de los años eran historias fascinantes, esta parte era la más interesante.

Cada año no faltaba la historia de amor a primera vista de mis abuelos maternos, o la de la tía abuela paterna, que murió asesinada por un enredo de celos. ¿Se percata usted? Parece que nuestro pueblo, nuestra raza ya tenía conocimiento de lo que ahora se le llama terapia transgeneracional o constelaciones familiares, queriendo y no, esta tradición sana todas esas ramas de nuestro árbol con el simple hecho de no dejarlos en el olvido.

Es tiempo para pensar en los que ya se fueron, y agasajarlos como se merecen, celebrando su vida, amándolos a pesar que nos separa un hilo de suspiro divino. Por mi parte, esperaré ansiosa frente al altar, con un huerco a cada lado, para enseñarlos a no tenerle miedo a sentir el soplo de la muerte, que bien lo expresan en la tan famosa película “Macario”: “Cuando nacemos ya tenemos la muerte escondida en el hígado, o en el estómago”.

¡Le deseo una hermosa velada, y que sus muertos los gocen tanto como si estuvieran vivos! Me despido, pero no me voy. Su siempre agradecida tapatía anorteñada.

María Arquieta

Tapatía viviendo la experiencia norteña, diseñadora de modas de profesión, amante de las expresiones humanas artísticas, coach ontológico, formándome para ver amor, donde los demás no lo creen posible.