¿OLA DE CALORÓN? BEBER, SOLO BEBER

El mundo se ha descompuesto. Demasiado en esta bella ciudad llamada Saltillo. Mi ciudad. Poco queda, o nada, de su clima benigno y de la bonhomía y generosidad de sus gentes. Saltillo ya no es el mío, el nuestro. Más de un 95 por ciento de sus habitantes son forasteros que vienen por trabajo en la maquila. Cumplen, mandan dinero a sus comunidades de origen, cumplen con emborracharse semanalmente y escuchar música ruidosa y nada más.

No estoy en contra de ellos, para nada; todo mundo tenemos derecho a ganarnos la vida donde sea y donde haya pesos disponibles. Pero sus costumbres culturales son brutales en comparación con nosotros, los habitantes del norte ardiente. Si usted revisa las páginas de policías y ladrones o de inseguridad de VANGUARDIA, diario se va a enfrentar con otra realidad, la cual aquí era poco frecuente: muertes extremas y violentas las cuales, no pocas veces, son provocadas por los hermanos sureños. En fin, tema sociológico a debate. 

Pero regreso a la idea primigenia: el calorón nos agobia y Saltillo, por su altura sobre el nivel del mar, tenía un clima privilegiado casi todo el año. No más. Ahora el infierno se abate sobre nosotros como en cualquier parte de este abnegado país. ¿Qué hacer? Pues, caray, si la vida azufrosa aprieta en la ventana, nada como refrescarse. ¿Con qué bebidas? Pues, caray, con lo que exista más a la mano. Del tipo de pelaje, marca y categoría que sea, con tal de refrescar nuestro eterno y seco gaznate. 

Hoy iniciamos una saga de al menos dos textos más, para adentrarnos en bebidas y brebajes los cuales nos pueden salvar de arder vivos debido al infernal calor. Comenzamos: es, sin duda, el vino espumoso más célebre del orbe por antonomasia. Nombrarlo es hablar de su denominación de origen, su glamour y su linaje escogido. Forma parte del abecedario de la humanidad y de la literatura. De la música y del cine. Forma parte de eso llamado civilización. Un producto tan refinado, tan cuidado y tan deseado, que por este y otros productos y creaciones afines la civilización es lo que es hoy: refinamiento de los sentidos, la apuesta por los placeres y el hedonismo, no como condena, sino como placer: el champagne. 

Lo he disfrutado en algunas ocasiones de mi vida. ¿Caras o baratas las botellas? Es intrascendente y es grosería hablar de precio cuando se pueden disfrutar. Se elige el champagne por lo que representa. El champagne es considerado uno de los mejores y grandes placeres que existen y está relacionado, desde su creación, con la celebración y la festividad de la “buena vida”. 

Decía y decía bien Madame Lily Bollinger: “Yo bebo champagne cuando estoy contenta, cuando estoy triste, algunas veces cuando estoy sola. Una gota cuando no tengo apetito, y lo bebo cuando tengo hambre. Cuando tengo visitas es una obligación. Fuera de estas excepciones, jamás lo tocó, excepto cuando tengo sed”. 

Caramba, esto es calidad de vida, prudencia y mesura al beber. Una dama, sin duda. Vamos iniciando… Usted beba. No se me vaya a morir de sequedad, señor lector… 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.