EN SILENCIO

EN SILENCIO

Meditaciones de domingo. Segunda sesión

Hoy no voy a hablarles de absolutamente nada relevante. Es más, pueden dejar de leer justo aquí o volver a empezar para cerciorarse que, en efecto, “hoy no voy a hablarles de absolutamente nada relevante”.

A veces pasa. A veces, simplemente no hay nada lo suficientemente bueno o interesante para decir. A veces es mejor el silencio; y, aunque quizá usted ya lo sepa, podría asegurar que algunos de los mejores momentos de la vida se pasan de este modo: en silencio. Pese a que las palabras y su utilización pueden considerase todo un arte, a veces sobran en el escenario.

De nuevo me encuentro en carretera, una carretera conocida. Un aproximado de 40 personas dispusimos cinco horas de nuestra estúpidamente-ocupada vida para volver a lo único que nos une por ahora: Pamplona. El silencio es tan fuerte que suena en cada esquina. Estoy escribiendo esto en directo a la vez que lo vivo, y en cualquier momento puedo soltar un grito o un estornudo y que se cree una especie de rumor que rompa la armonía y el estruendo del sonido nulo, pero me gana un poco la prudencia y el poder observar detenidamente a los demás sin que se sientan presionados. Precisamente por esto me gusta viajar en autobús: ir cinco horas (o más) sentado alrededor de gente desconocida, en silencio. Inevitablemente, uno se pone a pensar y, en su caso, a escribir, como ahora-yo.

Pensándolo bien, el silencio también es una forma de comunicación (quizá no es nada nuevo que usted no sepa ya, naturalmente, pero debo aterrizar este tipo de ideas para hacerles reales y tangibles). No hay otra forma de comunicar un beso más que con un beso, el cual no involucra ni la vista ni las palabras, sólo tacto y silencio. Cuando vemos un paisaje, un escaparate natural, una manifestación clara del ser vivo que es también la naturaleza, no se puede evitar el silencio, la contemplación; los ojos ocupan un par de segundos para enfocar y el alma un par más para asimilar. No sería lo mismo si de pronto alguien nos quisiera contar algo justo-en-ese-momento, si las palabras estuvieran de más cuando nadie las echaba de menos. Lo mismo sucede en un museo frente a cualquier obra exhibida: el silencio hace de mediador entre lo observado y lo que observa, permitiendo admirar cada retazo y línea, la voz que oculta lo que tan inocentemente se presenta, hasta cuestionarse si somos nosotros lo contemplado o los que contemplan. Al final, tanto en el museo como en la vida, ¿quién observa a quién?

Oraciones, meditaciones, caminatas, asombros… Todo esto y más se vive en silencio, un silencio involuntario y clarificador. Aunque mi mamá me ha dicho siempre que me rodee de gente con quien pueda tener una buena conversación, me parece que va implícito a su vez que esa misma gente sepa reconocer los silencios.

En esta distancia inexistente, es justo eso lo que muchas veces nos une: estar en silencio disfrutando de algo y prolongar el momento unos cuantos segundos, pensando que, también en silencio, lo disfrutas tú. Sí, tú.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.