ALAS PARA VIVIR

PDRE

María González vivió este año una Semana Santa distinta: se fue de misiones. En concreto, desarrolló su actividad en el Estado de México junto a su familia y a varios amigos. Aunque fueron con mucha ilusión, no siempre se presentó todo fácil… hasta que conocieron a Martín.

Apenas tenía ocho años y en menos de siete meses había visitado diez veces el quirófano. Lo estaban cuidando sus tíos, porque su papá “no existe” y su mamá tuvo que dejarlo con su tía recién nacido, para poder trabajar y sostenerlo. Ahora estaba esperando el milagro, pero no se sabe bien cuál: si el de curarse de su tumor cerebral o el de encontrarse con Dios en el cielo. Los médicos estaban sorprendidos porque –aseguraban– desde hace un mes su estado debería ser vegetativo y, por el contrario, tenía muchos signos vitales que anunciaban la soñada recuperación.

Con o sin el milagro, los misioneros fueron al hospital con el sacerdote que los acompañaba en la misión para que le diera la unción de los enfermos. La experiencia les impactó tanto que de regreso no querían hablar. Lo poco que lograban hilvanar se quedaba corto con lo que habían vivido. 

Esa habitación era un trozo del cielo: Martín reflejaba un rostro lleno de paz. Los misioneros rezaron junto con la familia un misterio del rosario, lo acompañaron un buen rato, trataron de animarlo. Intentaron todo por alegrar esa carita de ángel. De hecho, María subrayó que el día anterior había estado un mago acompañándolo: un globo en forma de perro era el recuerdo de aquella visita. 

Mucho les impresionaron también las declaraciones del tío de Martín. No se cansaba de repetir que había aprendido más cosas en esos siete meses cuidándolo que en toda su vida: «Ahora se da uno cuenta de lo que tiene y de aquello que realmente merece la pena. Todo lo material pasa a un segundo término después de ver a Martín luchar por vivir, con ganas de curarse y de ser un niño normal». 

Tal vez por eso, los jóvenes del pueblo habían escrito una cartulina grande con saludos y un gran lema en la parte superior que encabezaba su eslogan: “Martín, sigue luchando. Tu presencia nos da alas para vivir”.

Regresando del hospital, los jóvenes misioneros se propusieron volver al pueblo para estar un día entero con Martín; mantenían la firme esperanza de que podrían verlo algún día fuera del centro clínico donde estaba internado. Volvieron a su “centro de operaciones” y, después de unos minutos, salieron nuevamente, corriendo, porque en la Iglesia del lugar les estaban esperando chicos y grandes para las actividades vespertinas de la misión y para preparar la Vigilia Pascual.

María y sus amigos no lo sabían, pero en realidad ya se les había adelantado la Resurrección y habían estado un momento en el cielo. Dios les había dado alas para vivir. Las ganas de vivir de Martín, junto a lo vivido esos días santos, les habían marcado una consigna divina en el corazón: vivir es increíble y hay que hacerlo al cien por cien… preparando aquí en la tierra nuestra eternidad.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.