….Y se fue

Dejarlo todo y confiar en las señales del Universo

Es impresionante cómo este cuerpo que nos regaló la naturaleza humana puede ser capaz de transportarse de lugar en lugar, de brazos en brazos, de tierra a espacio. Hace un par de semanas emprendí una aventura en alta mar, donde la nada es el todo y la inmensidad acoge cada partícula que nos conforma. Estando sentada en aquel bote, abrazada de agua con sal, es donde uno se da cuenta qué y quién lo vale todo; qué y con quién hubiese querido compartir esas ocho horas donde, después de una tormenta, un remolino y el siempre seguro resplandecer del Sol, no quedó lugar a duda que la vida se asemeja a eso mismo, realizar un viaje hacia lo desconocido. Siendo esta la última vez que le escribo desde mi adorado sillón, acompañada del primer destello del amanecer que me regala mi madre patria, le sugiero que se ponga cómodo, querido lector, que pretendo y aseguro robarme su atención por un muy agradable rato.

Hace algunos meses toqué la puerta de la revista 360 con un ideal que apenas comenzaba a formarse y que llegó a mi vida como un obsequio del destino justo cuando más lo necesitaba: estudiar la carrera de mis sueños (Literatura y Escritura Creativa) en Pamplona, España. Con sólo unos cuántos escritos en mano, un brillo enorme en los ojos y prácticamente dos años sabáticos en el bolsillo, la famosa Rosca del Mal depositó en mí su confianza y me ofreció este espacio como un “proyecto”, sin saber (o sabiéndolo desde el principio) que mis letras podrían ser algo más que sólo eso: unas cuántas letras en montón. Así, mi querido lector, comenzó un viaje, una aventura, una página en blanco… Un dejarlo todo y confiar en las señales del Universo, esas que, en el momento que las dejamos de cuestionar, empiezan a suceder.

Mencionaba la similitud de alta mar con la vida, pues es un viaje hacia lo desconocido; hacia aquello que, aunque la historia se ha encargado de enseñárnoslo y hacernos conocer acerca de su existencia, no hemos vivido aún. Estando sentada, contemplando aquellas aguas; escuchando sus múltiples melodías y vislumbrando la maravilla que provocan en las personas, el misterio que evocan en los poetas, la catástrofe y plenitud que abarcan, tuve un largo diálogo con la vida, misma que ha visto de mí cada parte, cada demonio, cada virtud y deseo. Y, al saberme conformada por pequeños pedazos de todo y todos aquellos seres tan bellos que me rodean, la gratitud se hizo eterna. ¿Cómo agradecer tanta confianza, tanta esperanza, tanto estar aún en la ausencia, tanto amor incondicional, tanta credibilidad de tantas personas hacia una meta que dentro de tres días se hace realidad?

Me despido, amado lector. Me despido con hartas ganas de irme, de vivir, de ser, de encontrar, de perder, de buscar, de llorar, de reír, de amar, de viajar, de conocer, de dar, de recibir, de aprender, de enseñar, de compartir y seguirme compartiendo con su bello par de ojos que me ha seguido desde el principio y creyó en el alma vieja de este joven proyecto de escritora. “Mereces lo que sueñas”, dijo algún día el gran Octavio Paz, y me encuentro firmemente decidida a tomarle la palabra. Me voy de casa, de mis padres, de mi hermana, de mis tíos, primos, mis amigas, mis amigos, mis maestros, mis compañeros, mis conocidos, mis desconocidos, mis almas gemelas, mis “para siempre”, mis “hasta nunca”, de mi México sin igual; me voy de todo, querido lector, más nunca de las letras, mismas que siempre nos unirán; mismas en las que, estemos donde estemos, siempre nos podremos encontrar. Hasta siempre.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.