UN FANTASMA EN UN ESTANQUE DORADO

Un fantasma en un estanque dorado

He visto un fantasma. Claro, sabes que saldré con un giro o ‘plot twist’ barato e innecesario, como siempre. Pero también, como siempre, espero que me leas y que esta lectura aporte un poco a tu día. Va el contexto, la revoltura, el dizque nudo y, al final, pues el principio:

Pensé que a mi padre le gustaba Jane Fonda, y que por eso estuvo chingue y chingue y chingue para ver juntos, un sábado por la noche, una película con grandes actores y una trama sencilla, pero profunda: “On golden pond”, con Katharine Hepburn, Henry Fonda y la hija de él. En aquellos tiempos de televisión abierta y un par de canales para ver, ya tenía pensamientos similares a los de hoy; por ejemplo: cuando un padre, de la nada, quiere forzar un momento “Disney” con un hijo es porque ha hecho alguna burrada fenomenal en esa u otra relación importante de su vida. Es decir, es por una cruda moral de antología.

Cambiemos un poquito de canal y al rato regresamos a la historia. Nos resulta inevitable buscar con los hijos el tipo de experiencias y pláticas que, además de ser patéticas -perdón, quise decir poéticas-, dejen también alguna huella o aprendizaje, así como fue expuesto en las distintas temporadas de la serie “Cosmos” con el caso de William Herschel y su hijo. En ese capítulo, a la pregunta de su hijo acerca de la existencia de los fantasmas, el científico Herschel le responde que, desde luego, existen. Después le explica cómo es que vemos a las estrellas en el firmamento, brillantes y vivas, cuando en realidad muchas de ellas han muerto y desaparecido hace miles de años, pero por la distancia a la que estuvieron de nosotros resulta que su luz apenas nos va llegando. Esto en el contexto de la velocidad de la luz, la distancia, el infinito universo y demás.

—La luz que vemos de muchas estrellas es el fantasma de algo que ya no existe, pero que existió —termina por decirle Herschel a su hijo.

Muy bonito, pero volvamos al tema. En lo que ha parecido un siglo más tarde, iniciando un fin de semana con todas las posibilidades por hacer, pero sin ánimo para repetir la secuencia conductual de tantos años, a la trescientas veintisieteava vez que cambié de canal, me encontré con aquella película ochentera que, en su momento, igual a todo, no comprendí. Por supuesto, había de inventar una paradoja para justificar el gasto en talleres de escritura: la vi con nuevos ojos, aunque más cansados.

Resultó agradable ver una historia que no corre a la velocidad de la luz y cuyo único gancho subliminal es ver a Jane Fonda en bikini durante una escena irrelevante para la trama. No arruinaré mi columna contando de qué va la película, ni me las daré de conocedor en fotografía, actuación, locaciones o música; solo diré que, a pesar de tener un guión predecible ante la artesanía en comunicación creativa de estos tiempos, me quedé varias horas con la historia dando vueltas dentro de mi cabeza.

Fue entonces que apareció el fantasma: el fantasma de mi padre, y entendí que él no me arrastró a ver esa película porque le gustara Jane Fonda, sino porque él se veía reflejado en el padre de ella… y, en todo caso, le gustaba el papel de Katharine Hepburn, su pareja en la película.

Nunca supe ni sabré qué habrá hecho papá esa semana para andar de capa caída e invitarme a ver algo que tal vez no tenía que ver conmigo, sino con mi madre. Por ello es que hoy, a una distancia donde apenas me va llegando su luz, le digo: tranquilo, viejo, aquí sigue mamá muy bien, a pesar de todo.

César Elizondo

Escritor saltillense, ganador de un Premio Estatal de Periodismo Coahuila. Ha escrito para diferentes medios de comunicación impresos de la localidad.