Y la poesía… ¿Para qué?

 La poesía juega un papel de atemporalidad en el individuo

La literatura, más que sólo literatura, es vida, está viva; y la poesía no es un agente externo, una herramienta o un ente que pretende salvar a los humanos de sí mismos. Tomando las palabras del escritor Bernardo Atxaga, “en la poesía se encuentra ese deseo de diálogo y la necesidad de compartir la admiración por la variedad del mundo y la complejidad de las cosas”. Como seres de expresión, de sentidos, de momentos que deben tener una clausura, el hombre hace acopio de la poesía –aunque está siempre presente- inmortalizando lo vivido. Póngase cómodo, mi querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Dentro de las corrientes literarias y poéticas, la corriente china del Taoísmo, que establece la armonía como fin de la existencia, caracteriza a la poesía como la manifestación del Tao –“camino a seguir”.

No obstante, aunque la poesía tiene su origen en las entrañas de la raza humana, es común el pensamiento y creencia de que sólo algunos tienen la capacidad de ser “verdaderos” poetas. Jaime Jaramillo, poeta colombiano, asegura que “reservar el término de poeta sólo para el que escribe versos es empequeñecer la poesía. En tanto se amplíe el concepto de poeta, será mejor para la poesía y para el mundo”. No se puede hablar de poesía en abstracto, haciendo a un lado la noción del hombre/poeta, puesto que la poesía existe por el poeta. La poesía juega un papel de atemporalidad en el individuo; le permite pensar y sentir que es dueño de un tiempo que no existe, siendo capaz de reiniciar al fusionarse con esa hoja en blanco, corrigiéndose como cual borrador contra grafito. Autores como García Montero y Muñoz Molina ilustran esta idea, afirmando que: “La poesía nos convierte en seres libres al demostrarnos que todo puede ser creado y destruido, que vivimos en una realidad edificada y que podemos transformarla a nuestro gusto, abriendo o cerrando una página, escogiendo el final que más nos convenga.

Porque nada existe con anterioridad, sólo el vacío; todo empieza cuando el estilete, la pluma, las letras de la máquina o del ordenador se inclinan sobre la superficie de la piel o del papel para inaugurar la realidad, así, del mismo modo que se inclinan sobre el mundo las manos de los que pueden y quieren escribir su historia”. Más de una vez se ha dicho que nadie puede vivir de las letras; que son tan sólo un pasatiempo que algunos pocos pueden ejercer. Al dejar que un sistema –conformado por quienes ahora se encuentran irónicamente suprimidos por él- tenga un peso primordial sobre el plan de vida del hombre, suplantando los talentos y cualidades que posee y que no puede desarrollar del todo si es que quiere “tener éxito”, las personas desarrollan frustraciones internas que oprimen la felicidad y plenitud de hacer lo que de verdad se quiere. García Montero y Muñoz Molina afirman que “se nos educa para disciplinarnos en nuestros deberes, pero no en nuestros placeres.

Por eso nos cuesta tanto trabajo ser felices”. Al dejarse coartar de los placeres y la inseparable esencia poética que acompaña de manera innata a la humanidad, los individuos olvidan el verdadero sentido que ocupa el tener vida: trascender y empatizar. Precursora del sentido de pertenencia, la poesía genera cambios en la conducta y mentalidad de los individuos que conllevan a la cercanía y al progreso. La poesía no es sólo una conversación que trasciende la humanidad, sino un poderoso instrumento para ser y hacer comunidad. El hecho de vivir la vida, adorado lector, lleva implícita la poesía; la diferencia es que hay algunos que tienen el acierto de escribirlo, otros de comunicarlo y otros, aceptando nuestra naturaleza, el acierto de serlo.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.