Quien bien te quiere…

Con sonriente ironía, les dijo más o menos algo así:

Hizo noticia, hace tiempo, la llamada de atención de un buen sacerdote italiano a las jóvenes de su parroquia, en una zona acomodada de la ciudad. Con sonriente ironía, les dijo más o menos algo así: «dado que el Padre Eterno ya sabe cómo están hechas, eviten, por favor, entrar a la iglesia con el ombligo al descubierto». La respuesta fue unánime: todas las mamás salieron a defender a sus hijas, tachando al buen cura de retrógrado, de pensamiento medieval y moralista.

Y es que hoy, como puede verse fácilmente, en nuestra sociedad rige la lógica del «mejor entrenadas a mostrar, que castigadas en el pudor». Muchos creen que hablar de pudor es arriesgarse a terminar en la época de las bisabuelas, aquel tiempo prehistórico de las faldas hasta los tobillos. ¿Acaso no ha sido el pudor la carta de quien veía pecado y tentación en todas partes? Pero no todos piensan así. Para muchos, el pudor sigue siendo la salvaguarda de la propia intimidad, una forma de relacionarse con los demás en el que se mantiene incólume el ser persona y se rechaza el ser un objeto para el otro.

En Italia, país que me acogió durante once años de mi vida, el mundo de la moda se vive con particular intensidad. Y uno puede distinguir por la calle claramente dos tipos de tendencias. A unas las llamo las “chicas Armani” y a las otras “las señoritas Carolina Herrera”. Las chicas Armani son quienes se rebajan a los deseos del hombre y parecen decirles: «aquí estoy para cuando quieras». Las Carolina Herrera, por el contrario, no se rebajan e invitan al sexo opuesto a subir hasta donde ellas, bellas, dominan: «si quieres tenerme, tienes que subir hasta aquí». Unas muestran ombligo; otras, se engalanan. De hecho, existe una relación entre el pudor y la vanidad. Si lo que se quiere es llamar la atención, se cae en el exhibicionismo.

Entonces la persona se convierte en un mero objeto para llamar la atención; se “cosifica”. Y esto estropea toda relación, porque también los que se sienten atraídos por el exhibicionismo se degradan. A este respecto, son particularmente significativas las palabras de una modelo estadounidense en una conferencia sobre la castidad dada a adolescentes: «Cuando leí el pasaje evangélico sobre el escándalo a los demás, me di cuenta que nunca más debería vestirme de una manera en que pueda llegar a ser ocasión de pecado». El pudor, pues, debe proteger de miradas sin amor, para no dar paso a quien no conoce o no respeta.

Es necesario presentarse como personas y no como cosas. Me estoy guardando para alguien que, de verdad, me va mirar, a respetar y a amar. Uno de los mejores resúmenes de lo dicho hasta ahora lo encuentro en la afirmación que, en un libro que leí, le dice una supuesta actriz de películas “para adultos” a su enamorado, cuando éste descubre su oficio “poco decoroso”: «No sabes el dolor que me da saber que sepas quién soy. Todo ha cambiado». Y sentencia con una de esas frases dignas de mostrarlas por todas las pasarelas del mundo: «Me gustaba cómo me mirabas antes». De ser una persona, ha pasado a ser una cosa para el otro. De esto nos guarda el pudor. Porque, en definitiva, quien bien me quiere, me mirará bien.

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Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.