Somos los artesanos de nuestra vida.
Hace algunos meses, poco antes de la pandemia, me encontraba caminando entre las calles de San Miguel de Allende, ese hermoso lugar lleno de magia, historia, arte, música y folclor mexicano. Definitivamente San Miguel representa un poco de todo lo hermoso que tiene nuestro país.
Recorriendo esas calles estrechas, que a veces te transportan a otros tiempos y a otros lugares, entré a una pequeña galería de arte y también de artesanías.
Al observar las obras de arte, esculturas y lienzos que se encontraban en ese lugar, mis ojos se plasmaron en lo que los dueños del lugar llamaron artesanía: un corazón.
La gente pasaba ignorándolo, seguramente el resto de las obras eran más interesantes, pero a mí ese corazón me cautivaba, venían tantas palabras y analogías a mi mente al verlo… y es que era tan imperfectamente perfecto que cautivaba mi alma.
Pasé muchos minutos observándolo, tanto que un trabajador se acercó y me dijo: “si le gusta ese corazón, es barato, es artesanía”. Me llamó la atención la distinción y, aunque la conocía, necesitaba leerla para plasmar en mi mente la diferencia frente a lo que para mí parecía la mejor representación del corazón humano.
Inmediatamente saqué google, que me ilustraba con lo siguiente:
Arte: Actividad en la que el hombre recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas, valiéndose de la materia, la imagen o el sonido.
Artesanía: Arte y técnica de fabricar o elaborar objetos o productos a mano, con aparatos sencillos y de manera tradicional.
Pensé entonces: cómo el arte representa un poco más a la perfección, a lo que para mí es DIOS, y cómo la artesanía representa, en mi punto de vista, lo humano, mi vida, el intento de hacer perfecta una obra, dentro de lo humanamente posible.
Y ese corazón que me dejó reflexionando representa a la perfección lo que yo percibo de un corazón humano.
Un corazón que se fabrica con pedazos de cristales rotos, donde quedan grietas perfectamente entrelazadas, que logran hacerlo ver parte de un todo. ¿Cuántas veces se nos ha roto el corazón en mil pedazos? El corazón humano tiene que quebrarse para que, con paciencia y poco a poco, de la misma manera que estos artesanos juntan cada pedazo de cristal, nosotros vayamos reconstruyendo cada parte de lo que en su momento nos causó tanto dolor. Algunas personas son más ágiles y rápidas en encontrar todas las piezas, otras requieren de un poco más de tiempo; pero el resultado final es el mismo: cuando logras juntar todos los pedazos, incluso aunque te hayan vuelto a cortar al intentar recolectarlos, al terminar tu obra, al haber recolectado y vuelto a pegar cada cristal, habrás formado la artesanía perfecta del ser humano. Un corazón que se rompió pero se reparó con paciencia, un corazón que ante algunos ojos podría parecer imperfecto por sus grietas, sin observar que éstas representan los caminos de la vida que hemos tomado para ir reconstruyendo ese amor, que emana del mismo corazón que se tuvo que romper en mil pedazos para valorar y trascender.
¿En la vida seremos como aquel vendedor, que al estar rodeado ante tanta supuesta perfección entre obras de arte deja de valorar el significado y valor de la artesanía?
¿Tenemos la capacidad de no sólo contemplar la belleza ante los ojos si no de buscar lo bello de cada obra, aunque pudiéramos pensar a primera vista que es imperfecta?
Por su puesto que la obra de arte “el corazón colgante” de Jeff Koons es hermosa, ese corazón perfectamente rojo, coronado y adornado; pero como era completamente inaccesible para mi bolsillo adquirirlo, terminé comprando feliz esta artesanía que me recuerda lo imperfectamente perfecta que me ha hecho Dios, así como las ganas ardientes de alcanzar lo más cercano a la perfección en su camino, siempre tomada de su mano.
Y es que muchas veces detrás de la imperfección se esconde el resultado más perfecto de lo verdaderamente bello.
Eso para mí representa la artesanía: lo imperfectamente perfecto; para mí, la artesanía representa las obras que voy haciendo en mi camino, para que al llegar a Dios pueda valorar las obras de arte a todo su esplendor.