La persona del otro lado del espejo

Nos adentramos en el mundo social donde, del diario, hacemos de la vida lo que es para cada uno

Cada mañana después de escuchar sonar la temible y necesaria alarma del despertador, comienza de nuevo la rutina: un buen baño, desayuno “express” y de vuelta a la labor matutina. Nos adentramos en el mundo social donde, del diario, hacemos de la vida lo que es para cada uno.

La publicidad, tendencias y formas de vida de todos quienes a nuestro alrededor existen se vuelven parte de la esencia de uno mismo y actuamos dependiendo de ello. Sin embargo, después del transcurso de un día más, se llega la hora de regresar a casa. Ya para descansar, para perdernos en el laberinto de los sueños, nos topamos con una persona del otro lado del espejo.

Luce igual que uno mismo, incluso porta la misma vestimenta; pero su mirada es distinta, así como sus ideas y pensamientos. Observamos con cuidado a esa otra persona, que se mueve y respira en la misma cantidad de segundos que nosotros mismos. Tiene las mismas marcas de nacimiento, el lunar en la oreja izquierda, el cabello recién cortado. Y entramos en la disyuntiva nocturna: ¿quién es esa otra persona que nos observa a través de cada cristal? ¿Quién es ese reflejo que no se siente propio? ¿Por qué ya no nos reconocemos a nosotros mismos? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato.

En un mundo donde habitan miles de millones de seres humanos, hablar de individualidad es tema de controversia y angustia; para algunos, es sinónimo de originalidad, pero, para tantos otros, de rebelión. Salimos a las calles y somos visualmente atacados con marcas, productos y “necesidades” que debemos tener, portar y consumir para formar parte de este círculo vicioso llamado sociedad. Y, tal vez sin intención, caemos en ello, y nos convertimos en aquello que observamos y criticamos; aquello que un día prometimos nunca llegar a ser.

Pero, a pesar de todo, vivimos nuestros días con una sonrisa (tal vez fingida, pero a fin de cuentas sonrisa) en el rostro. Y, ante esto, ¿cómo podemos quejarnos? En casa somos una persona, la persona real y única que el mundo vio nacer. Y lloramos, reímos, respiramos, nos perdemos y encontramos, tomando cada detalle como infinito y esperando al siguiente momento de belleza que en cada segundo se hace presente. Afortunados aquellos que se han reconocido a sí mismos y pueden ser esa persona en todos lados, pues, lamentablemente son más quienes, tal vez por miedo, dejan su esencia en casa y se visten con estereotipos y prejuicios cada día para agradar a todos, excepto a la persona más importante: ellos mismos.

Sin embargo, en todos lados existe un espejo. Un espejo que, en algún momento de brillantez humana, el hombre creó para contemplar su reflejo. Para saber que de verdad existe en medio de tanta multitud, que su existencia es inimitable e importante. Para creerse y darse el valor que, a veces, permite que algo o alguien se lo arrebaten. Para reflejar la sensatez de su alma. Por supuesto que podemos ir por la vida tomando aquello que nos haga mejores personas, portando aquello que nos guste, imitando formas de vida que se adapten a nuestros deseos. Pero, al llegar a casa, habrá siempre otra persona esperando del otro lado del espejo. Esperando a enfrentar cada pensamiento y sentimiento que alberga nuestro cuerpo. La única persona a la que no podemos engañar: uno mismo.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.