Estos últimos días y semanas han sido todo un reto dentro de mi maternidad. Desde que me convertí en mamá hace tres años, nunca había vivido las dificultades que estoy atravesando el día de hoy con mis dos hijas; sobre todo con la mayor, quien todos los días me pone un nuevo reto, sobre cómo sobrellevar mi paciencia y mantenerme en paz y tranquilidad. Pero a veces los niveles nos rebasan y una no puede más.
Se crea una especie de combinación llena de pendientes, casa, familia, trabajo, comidas, vida personal, crianza respetuosa, organización, entre tantas más, que al final del día terminas abrumada, cansada y creyendo siempre que faltó algo más a tu maternidad o tiempo de estar con tus hijos o que pudiste haberlo hecho mejor. En fin, terminas con unas ganas inmensas de cerrar tus ojos, meterte debajo de las sábanas y llorar, porque crees que no diste o no fuiste lo suficientemente buena como mamá.
O vives el mismo escenario, pero teniendo a tus hijos desatados, cansados, sobre estimulados, queriendo todo a su manera y a sus tiempos, retándote, teniendo mil y un desbordes por el más mínimo detallito que hiciste o que no hiciste, poniendo tu paciencia en una balanza. Muchas veces el peso de tu cansancio se lleva de encuentro a tus inhalaciones y exhalaciones, y tu paciencia termina por los suelos: ya soltaste el grito o el regaño, el “punto” o el “porque lo digo yo”.
Y aquí es cuando nuevamente surge este sentimiento de querer cerrar los ojos, meterte debajo de las sábanas y llorar. Si bien al final del día somos mamás, también somos increíbles, fuertes y poderosas. Tenemos grandes capacidades de hacer mil cosas a la vez y de tener todo en orden, pero seguimos siendo humanos y estamos en un punto extremadamente vulnerable de nuestras vidas.
Solo queda dar lo mejor de una, aceptar los errores y aprender de ellos, saber que mañana será un nuevo día, en donde podremos dar todo lo posible, sin perder los estribos, sin exigirnos tanto y, sobre todo, recordando que se vale llorar y ser vulnerable. Es parte de este proceso y este camino increíble, pero retador, llamado maternidad.