Gracias de corazón, palabra y pensamiento por atender estas letras dominicales, señor lector. Hartos comentarios me llegan con motivo de una inesperada saga de textos los cuales por azar y acaso destino, se han ido tejiendo en mis letras últimamente: no he dejado de abordar hierbas, flores y plantas con motivos gastronómicos, de salud, como remedio, como placer añadido a los platos fuertes, como jugos o tónicos, o de plano, como protagonistas
Las hierbas, flores y plantas son interminables. No poca gente se ha comunicado para señalar lo anterior. Soy franco: no lo había notado. Y usted lo sabe, para nada soy vegetariano. De hecho, cuando algún platillo viene acompañado por ensalada, pido la quiten. Lo bien cierto es: un buen asado, la carne asada forma parte de nuestra identidad regional y nacional, no solo es un llamado a la tabla. ¿Usted es de los acostumbrados a una ensalada verde para acompañar su carne? Al parecer esta moda es digamos, reciente. Hacia 1860 y en la Argentina, cuando esto se empezó a promover, al escritor Domingo Faustino Sarmiento se le llamó “come pasto.” Ja, somos carnívoros.
Insisto, a mí no me gustan mucho o nada, las flores, las lechugas, etcétera, pero si me gustan y suelo cocinar con hierbas de olor. ¿Y los licores duros, fuertes e incluso, los cuales son alucinógenos? Pues caray, eso es lo mío. Aunque termino y siempre, todo turulato.
Corrían los siglos XIX y principios del XX en Europa. Pintores y escritores se entregaban en brazos de una bebida, la cual luego sería prohibida: el ajenjo, la “absinthe”, la llamada “hada verde.” Sus efectos alucinógenos seducirían a todos: Toulouse-Lautrec, Van Gogh –cuenta la leyenda de su mítico corte de oreja para entregársela a una prostituta, lo hizo bajo los efectos del ajenjo–, Gaudí, Rimbaud, Verlaine, Hemingway, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Rubén Darío... la nómina es amplia y el espacio corto.
El “hada verde” provocaba visiones insospechadas, las cuales conducían al cielo o al infierno. Wilde escribiría: “Una copa de ajenjo es lo más poético del mundo. ¿Cuál es la diferencia entre un vaso de ajenjo y una puesta de sol?” El padre del modernismo en América, Rubén Darío, dejó por escrito: “París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al Café Plombier, buenos y decididos muchachos... sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba.”
Preso del alcoholismo, Darío dejó su mejor prosa en “El pájaro azul” y su vida en las copas de generoso licor. A últimas fechas me he aficionado (¿Seré alcohólico? espero no. Puf) al licor de Chartreuse (hay verde y amarillo). Cuenta la leyenda: en 1605 el Mariscal d’Estrees donó a los monjes de la Gran Cartuja su receta familiar para fabricar un licor a base de hierbas. Si, el hoy famoso Chartreuse.
Con dos copas hablo dos o tres idiomas. Con tres tragos, levito...