CÉSAR ELIZONDO: HOY SE HABLA DE… CUIDADO CON LO QUE DESEAS

Dicen que si lo visualizas, sucede; aunque no siempre ocurre como lo soñaste. También, en otro tema, alguien dijo alguna vez que todo el que se mete de empresario es por hambre vieja. Y en edad próxima a donde otros se jubilan, aún no distingo si escogí ser autoempleado por demostrar no-sé-qué cosa o por ese inmaduro recelo a rendir cuentas o temor a ser incompetente o, de plano, porque había aprendido un noble oficio. 

El asunto es que siendo muy joven, gracias al crecimiento industrial de Saltillo y una competencia mundial que aún no llegaba a la ciudad, aunado a mi situación sin compromisos, y sí, con un hambre vieja de tiburón encaletado, las cosas se me acomodaron bien en el ámbito empresarial.

Cosa común entre los aventureros, tomé como referencia a la empresa que en ese entonces se encaminaba a ser líder nacional de mi giro. Una compañía nacida en Monterrey, cuyo fundador había tenido la sabiduría de, además de adecuar a la época un modelo de negocio exitoso, saber abandonar a tiempo un barco llamado Confía que hacía agua sin que nadie más lo notara, esto último con la opinión de “los expertos” en contra.

Esa hambre del empresario es distinta en cada caso, ya sabes: cada cabeza es otra barbacoa. Facturación, posición en el mercado, número de empleados, metros cuadrados, influencia política o social, rendimientos… en fin, un listado interminable de factores son los que pueden mover a una persona de negocios.

Entre mi hambre vieja y la referencia del líder en mi gremio, en algún momento cuadré una ambiciosa estrategia desde mis condiciones y análisis con miras a medirme, en el futuro, con ese líder tan respetado tanto por competidores, como por clientes, proveedores y prestadores de servicios. 

Luego vinieron candidatos a la presidencia asesinados, devaluaciones, cambios de régimen, crisis económicas recurrentes, narcoviolencia, competencia lava-dinero y competencia lava-nombres, nulo gasto gubernamental, pandemias y un sinnúmero de pendejeces más propias que ajenas. Total, que a través de los años, igual que cualquier empresario, tanto ese líder como yo tuvimos que ajustarnos a las circunstancias para seguir trabajando. En el inter de tantas vueltas de la vida, en distintas ocasiones tuve la oportunidad de convivir con el fundador, socios y trabajadores de esa empresa, quedándome siempre con lecciones y aprendizajes no solo aplicables a la empresa, sino también a mi persona. 

Para cuando acordé, pasaron treinta años de haber tomado como referencia a una empresa fundada y operada por gente trabajadora y visionaria, inteligente y arriesgada. En el transcurso de esas tres décadas, otros proyectos y múltiples problemas alejaron mi atención de esa meta por medirme en metros cuadrados con esa corporación que enseñó tantos caminos alternos y variados enfoques a sus competidores. Si me diera por quejarme, diría que mis sueños de grandeza terminaron en pesadilla, pero tampoco es verdad. 

Y en estos días de enero, con profunda tristeza, me entero de la liquidación de ese negocio que fue punta de lanza para lo que hoy es el mercado nacional. Y no puedo sino sentirme incómodo y burlado por la vida, porque al final esa estúpida meta de medirme con el más grande será rebasada al continuar operando desde mi modesto nivel mientras ellos desaparecen; pero ese no era el plan, no es agradable ver a tu inspiración morir, no es edificante ver un árbol caído. No tiene gracia ni mérito elevarse ante la desventura de otros. 

cesarelizondov@gmail.com

César Elizondo

Escritor saltillense, ganador de un Premio Estatal de Periodismo Coahuila. Ha escrito para diferentes medios de comunicación impresos de la localidad.