CÉSAR ELIZONDO: HOY SE HABLA DE… CON UNOS KILOS DE MÁS

Ya sea que nos conozcamos personalmente o que a través de mis columnas tengas una opinión de mí, te habrás enterado de que modestia, vergüenza y buen gusto son cualidades que no me acompañan. Dicho lo anterior, para no sorprenderte con mi colaboración de hoy, te cuento de qué se trata. 

Luego de exprimir la vida en gerundios desde siempre, toca el tiempo de visitar a un montón de profesionistas cuyas especialidades terminan su etimología con la palabra logo. Un examen médico de rutina se convierte en un minucioso tour por todas las áreas del hospital, y la interminable sucesión de cuestionarios lo hacen a uno sentir ante el confesionario de Fátima o los separos de la policía judicial. 

Más o menos salgo bien librado de mi encuentro con cada especialista, todo aparece en orden dada mi edad y entorno de vida. Cardiólogo, neurólogo y andrólogo se explayan un poco más conmigo debido a los temores que me acechan de padecer enfermedades en esos órganos o músculos gracias a una genética implacable con mi ascendencia. 

Al último, un médico general saca una tabla comparativa y me informa que lo único por atender de momento es un ligero sobrepeso. Le explico que desde hace tiempo asisto con regularidad al gimnasio, con largas calcetas blancas y unas anteojeras de caballo Budweiser por no parecer sugar daddy, silver fox o simple viejo rabo verde. Le digo que tras muchos meses de andar en la caminadora a velocidad burocracia y de levantar en peso la barra con unos disquitos que me recuerdan a aquellos de 45 revoluciones por minuto de las tornamesas de mi niñez, apenas perdí un par de kilos. 

Él responde con una letanía de términos y causas, lo único que medio entiendo es que, además de alojar entre mis intestinos pastel de mi primera comunión sin digerir y media pizza Giovanni, dependiendo de la edad, hay músculos, órganos y huesos que se van endureciendo o agrandando con el paso de los años, y por lo tanto, ahí se ganan kilos que no tienen mucho que ver con obesidad. Me despide con la sugerencia de alimentarme con más pastura, bajarle un poco a la carne, al tabaco y destilados. Por supuesto, le digo que lo haré, pero en mi interior ya lo estoy mandando a la chingada y antes de salir de la clínica me deshago de la hoja con recomendaciones. 

Regreso a casa y repaso mis entrevistas con andrólogo, neurólogo y cardiólogo. Recurro a mi concepto favorito en cosas de pensamiento y sentimiento, ese donde corazón y cerebro son los tangibles de postulados científicos y religiosos, para llegar al híbrido intangible que da la razón a ambos: la conciencia.

Concluyo que para perder ese pequeño sobrepeso acumulado por lustros, habría de sacrificar tamaño de los órganos y músculos que atienden los tres doctores. Lo tengo tan claro como un niño que decide entre brócolis o caramelos, y resuelvo que ni por error sacrificaría algo de eso. Dios, la naturaleza o la vida me dotaron con dos de esos tres órganos muy grandes y cumplidores, grandes en realidad. Y el otro de ellos, pues me parece que debe estar en el promedio mundial, incluyendo pigmeos, negros, santos, científicos y delincuentes; sería estúpido reducirlo. 

Así que no pienso achicar mis cosas, me quedo con sobrepeso.

cesarelizondov@gmail.com