BUENOS AIRES NO ES COMO CONTABAN

Opinión de una chica que lleva estampada la cara de Cortázar en su playera

En la canción “Con la frente marchita”, Sabina evoca a un tú (o más bien, una tú desconocida) mientras le canta: “Buenos Aires es como contabas, hoy fui a pasear”. Me intrigaba mucho saber a qué se refería con eso. ¿Qué podía contarse la ciudad para que se corroborara en sus calles y caminos? ¿Por qué llorar en la Plaza de Mayo? ¿Cuál era ese secreto entre dos? Entre muchas otras, estas eran las preguntas que pretendía junto con la Sofy despejar al llegar. Pensábamos que lo sabríamos enseguida al observar los monumentos, los lugares famosos, el puerto… Pero no teníamos idea lo equivocadas que estábamos.

A nosotros nadie nos contó cómo era Buenos Aires, pero tal vez tampoco era como se lo habían contado a Joaquín.

Cuando se llega a una ciudad nueva, lo primero que hace cualquier turista promedio es investigar las zonas donde se puede sacar las fotos típicas, siendo un pez más dentro del estanque de turistas novedosos que lo rodean. Así, muchas veces se da por hecha la visita. Por fortuna, Sofía y yo no somos ese-tipo-de-turista. Sí, el Obelisco re-lindo, las letras de BA tremendas, la Casa Rosada macanuda, los espectáculos de tango en los teatros una maravisha, pero eso no representa la capital porteña. Aquí no hay una Torre Eiffel que sea referente de la ciudad ni una Puerta de Alcalá situada en la calle sobre una rotonda. En Buenos Aires, en pocas palabras, no hay nada espectacular para un turista cualquiera que se baja y sube del bus turístico en San Telmo, Palermo, Recoleta, Caminito y lleva su cámara colgada. A nadie se le ha perdido nada por acá. Buenos Aires es viejo, desgastado, ventoso, inseguro y con distancias parecidas a las de la Ciudad de México. Y, con todo, es el sitio más bello en el que he vivido.

Es cierto: “Las callecitas de Buenos Aires tienen ese… ¿Qué se yo? ¡Viste!”. Cada esquinita y cada bar, restaurant o café tienen los años que probablemente no tiene nadie. No es necesario buscar en las alturas algún edificio espléndido o fuera de lo ordinario porque todo está en tierra, cerquita de uno: la gente, el arte, el tango en la calle, artesanías, mate, terrazas, literatura, comida, plazuelas, el cafecito con su media luna y el vivo recuerdo de todos los habitantes de la ciudad, llámese Evita Perón, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, las víctimas de tránsito en las calles, los secuestrados, los desaparecidos y todos aquellos que representan de alguna forma al pueblo argentino. Como dice una canción que usted y yo conocemos: “Aquí todo sigue igual”. El pasado gobierna este sitio repleto de luz, donde aproximadamente a las 6 de la tarde, estando en la Plaza de Mayo con unos garapiñados y con la bandera bailando al paso del viento, el sol se despide del que se oculta tras el Obelisco.

No, Buenos Aires no es como contaban. No creo que cualquiera pueda contar con certeza cómo es este lugar. Hay que fijarse en el detalle para entender el porqué de las cosas, del desgaste, de la memoria. Por fin, en el mismo suelo de Julio, comienzo a comprender su amor-odio hacia este sitio, donde un Horacio Oliveira alguna vez vivió, donde las rayuelas desembocan en el cielo, donde habitan algunos cronopios y donde, como él escribe, “hace tiempo y frío”.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.