INSTRUCCIONES PARA NO OLVIDAR

Anécdota de una chica cualquiera

Lo que estoy a punto de decir puede no ser ningún descubrimiento; es más, no lo es. Simplemente es destacar algo de lo que quizá algunos no son conscientes algunas veces: cada segundo es un momento con posibilidad de ser recordado. Piénsenlo y verán lo extraordinario del asunto.

Solamente en un día tenemos 86,400 segundos de los cuales –y con mucho esfuerzo—tal vez sólo le prestamos atención a tres o dos que serán los que recordaremos en el futuro, eso siempre y cuando haya algo qué recordar de antemano. Hay días que pasan sin figurar en el calendario, omitidos, olvidados; las distracciones de la misma vida –que también se cuentan con segundos—pueden lograr que uno desaparezca del mapa. Hace no mucho empecé a darle importancia a esta idea y decidí darme a la tarea de recordarme recordar.

Entonces, como si fuera tan sencillo, comencé a seleccionar una serie de momentos espontáneos: sola, acompañada, paseando, fumando, pensando, bailando, observando. Y me decía a mí misma que ese instante sería recordado. Como si verdaderamente pudiera uno escoger y decidir sobre ello. Pero tarde me di cuenta que no es posible y que todo, cada segundo incluido, sigue escapándose de mis manos.

Que no puedo recordar todo lo que quiero porque no depende de mí en absoluto. Así que decidí dejárselo a los otros, esos seres tan humanos de los que me rodeo. “Acuérdate de este momento”. Todo lo egoísta que procuro no ser en otros aspectos lo fui en este caso. En cada oportunidad que había para decirlo, siempre y cuando fuera meritoria de ello, se los decía en alto. “Luego me lo recordarás y tendremos algo que rememorar juntos. Algo nuestro”.

Procuro confiar en ellos y sus recuerdos, aunque quizá recordemos el mismo instante de modo distinto. Me gusta pensar que lo recuerdan como lo hago yo: vivo. Sin embargo, hay un recuerdo al que me aferro por completo, que todos los días lo repito en mi mente para no olvidarlo. Es ya la tarde y hay una gran cantidad de gente alrededor; estoy yo, sentada con mi soledad, cuando de pronto alguien me acompaña. Tú. Y charlamos, como siempre. Y nos miramos, como siempre. Y mantenemos un silencio agradable, como siempre. Pero este caso es especial, pues no estoy segura si habrá otro igual mañana o en algunas semanas o años o tal vez nunca. Es sólo ese breve paréntesis que le hicimos a la vida, sin conversaciones trascendentales ni revelaciones de la existencia. Sólo tú y yo con todo el ruido de las personas en el fondo; es especial por eso: porque sin ser totalmente conscientes de ello estábamos compartiendo ese espacio. Sabíamos de alguna forma que estábamos recordando. Después de un largo, largo rato, te dije lo que le había dicho a todo el mundo:

“Acuérdate de este momento”, cuando en realidad estaba diciéndote “acuérdate de mí” de otro modo. Ojalá lo hayas entendido. No sé dónde estás ahora mismo. No sé si recuerdas lo mismo que yo. No sé si me recuerdas del todo, pero yo sí lo hago. Lo recuerdo todo el tiempo, cada que puedo permitírmelo, y este tercer piso con vistas hacia edificios decadentes y húmedos puede corroborarlo. Buenos Aires ya me ha regalado varios recuerdos en esta breve estancia que recién ha comenzado, pero el ayer viviente de las calles y las personas me invita a seguir visitando de vez en cuando el pasado. Creo que recordarme recordar ya no será necesario.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.