Amistad: otra forma de amar

El hecho de ser amigo de alguien no le da a uno el derecho de juzgar, criticar o hablar de manera despectiva sobre su persona, aunque no sea a sus espaldas

Después de reflexionar por unos minutos acerca de este tema, me percate de lo difícil que es querer definir algo como una amistad, pues un amigo puede ser considerado como familia, más no lo es; un amigo puede estar más preparado que el mejor terapeuta, más no lo es; un amigo puede, en ocasiones, salvarnos de nosotros mismos, más no camina nuestros zapatos. Entonces, contemplando el retrato que tengo sobre mi tocador, rodeada de mis más grandes y especiales ocho coincidencias, todo me quedó claro. Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Tendemos a pensar que cualquier persona que conocemos es nuestro amigo sólo porque nos regaló un cumplido o nos devolvió una sonrisa; incluso hemos cambiado amistades de años por otras que, confundiendo educación con amistad, no fueron nada más que un breve encuentro con otros seres humanos.

El concepto de amistad se encuentra cada vez más subvalorado. Creemos que, por ser nuestro “amigo”, podemos “decirle sus verdades” y arrebatarle su dignidad con la excusa de ser “por su bien”; pensamos que si no hace o dice lo que uno quiere hacer o decir, está en nuestra contra, confundiendo amistad con igualdad, cuando en realidad el sinónimo de amistad es diversidad. Y, viendo la raíz etimológica de la palabra “amigo”, todo esto no resulta más que una ironía, pues “amigo” proviene del latín “amicus”, derivado del verbo “amare”, que significa “amar”. Generación tras generación, le hemos borrado al significado de amistad su elemento esencial: el respeto. El hecho de ser amigo de alguien no le da a uno el derecho de juzgar, criticar o hablar de manera despectiva sobre su persona, aunque no sea a sus espaldas. Un verdadero amigo no basa su confianza y cariño en lo material, los intereses o la manera en que la otra persona decide cómo vivir su vida. Un verdadero amigo ve más allá de todo eso y acompaña al otro en su camino, siempre demostrando su apoyo.

Por supuesto que, como dije antes, un amigo es a veces mejor que un terapeuta, pero sólo manifiesta su opinión cuando se le es solicitada y, además, sería incapaz de compartir con alguien externo la confianza depositada en él, pues amistad es también sinónimo de compromiso, otro de los elementos base que se han ido esfumando con el tiempo. Alguna vez escuché una de tantas teorías existencialistas, la cual afirma que, vida tras vida, nos encontramos con las mismas personas o, más bien, con las mismas almas. Tal vez es precisamente por eso que, al comenzar lo que de verdad es una amistad, solemos sentir que “ya nos conocíamos de antes”, sin imaginar jamás tantas vivencias que han sido, incontables veces, compartidas desde la eternidad.

Amistad, mi querido lector, es encontrar en alguien más un pedazo de uno mismo; una conexión distinta a la que tenemos con la familia o la pareja, pues la amistad no sabe de clasificaciones, tiempos, distancias, decepciones o reglas preestablecidas. En pocas palabras, amistad es seguir cuidando una parte de nuestra alma en un contenedor ajeno, sabiendo que el alma misma que habita en nuestro cuerpo está, a su vez, hecha de tantas otras partes que, vida, tras vida, tras vida, se seguirán encontrando.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.