ABRE LAS PUERTAS

CRISTINA AGUIRRE

Quisiera abrir este artículo platicando una breve experiencia propia.

POR CRISTINA AGUIRRE

Como es el caótico-normal correr de una madre, aún (o más) en cuarentena, resulta que, cierto día, ninguno de los cargadores de los equipos de mis hijos funcionaba. Veía que a cada uno le quedaba un muuuy pequeño porcentaje de pila y pudiera decirse que casi “me da el ataque” (tomando en cuenta que tengo tres y que los prefería en línea aprendiendo antes que encima de mi ser el resto del día, con aquellas frases escalofriantes de “estamos aburridos”).

Así que en dos minutos, casi que por teletransportación, aparecí en el súper. Busqué y no encontraba. En el recorrer, una de las hermosas señoras, que auxilia a meter los productos al carrito, me sorprende por la espalda diciendo:

– ¿Anda muy apurada? Se me hizo muy raro que no me saludó, siendo que usted siempre lo hace. Mire, vi que preguntó por cargadores. Aquí están a buen precio.

Quisiera ser muy honesta, no la reconocí al momento y menos con la mitad de la cara cubierta. Difícil tarea para mí (de por sí soy despistada) y, como en alguno de mis escritos comenté, soy esa madre que sigue contando a sus hijos cada vez que se suben al carro por si las dudas, y ahora con este antifaz que llevamos a diario, ya solo me falta pedirles que se lo quiten para verificar su identidad.

En fin, ella me recordó y eso ¡cambió mi día! Le agradecí infinitamente, me disculpé por la omisión y, cuando venía en el carro, no podía dejar de pensar en aquella mujer y que el único vínculo que tenemos es el del intercambio de saludos. Ella dejó de hacer lo que estaba haciendo y me apoyó.

Wow.

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Soy orgullosa hija de un padre que, a quien se atraviese en su camino (lo conozca o no), saluda. Ir al súper o a cualquier lado con él era un maratón de pláticas y se duplicaba el tiempo que estábamos realizando el mandado, cuando solo íbamos por dos tomates. Definitivamente no era difícil tarea para él entablar plática.

Tal vez de chica no comprendía la lección que con el ejemplo estaba dándome.

Cuando comienzo mi carrera de abogacía, me dio uno de los consejos más importantes de mi vida: Saluda siempre, sé humilde y agradece; sé cordial con cada uno independientemente del rango. Y así lo hice (ya que siempre nuestra educación fue basada en ese principio).

Dentro de esta hermosa lección él siempre insistía (y lo sigue haciendo, a pesar de que ya casi estoy en “los cuarenta”): La amabilidad y el agradecimiento abren puertas; pero, sobre todo, puedes llegar a contribuir a cambiarle el día a alguien. 

Así que la anterior anécdota revivió en mí esta necesidad de transmitirlo con más ahínco a mis hijos. Legados que “no cuestan”, pero “valen oro”.

Ser amable es a la vez ser agradecido. Es decirle al prójimo: te saludo, te veo, estás aquí, quiero que estés bien, eres importante. Pienso que la amabilidad es el máximo reflejo del agradecimiento, por la vida propia y por tantas cosas. Esta simple característica engloba demasiadas virtudes y no solo es cuestión de educación, sino de solidaridad, afecto, caridad.

Aprendimos en este difícil año muy dolorosas lecciones, a valorar más que nunca la vida DE TODA PERSONA. A entender que un día estamos y al día siguiente tal vez no. Y solo perduran aquellas semillas que sembramos en el corazón de las personas que amamos.

¿Porque no sembrar estas virtudes aún en tierras que pudiéramos pensar no son fértiles?, si el gesto no es correspondido, no es nuestra carga, ni responsabilidad; pero sí es nuestro intento de cambiar un poco este difícil entorno por el que atravesamos.

Hoy decido dejar un legado de agradecimiento, del trato de amor hacia el prójimo. A enseñarle a mis hijos que es más lo que podemos dar partiendo de una acción tan simple, que aquello que podemos perder si no lo hiciéramos.

Hoy decido enseñarle a mis hijos que no solo la astucia, sino el amor pudiera abrirles muchas puertas y a la vez brindarle la oportunidad a otros de cambiar su día; así como esa persona me lo cambió a mí, con un simple gesto de amabilidad.

Cierro artículo con el siguiente pensamiento:

“Las palabras amables pueden ser cortas y fáciles de decir, pero sus ecos son realmente infinitos”.

Madre Teresa de Calcuta

Carlos Ruiz

Jefe de información en Saltillo360.