¡A PERSEGUIR LA CHULETA!

Acaban de pasar los días lerdos de Semana Santa. En honor a la verdad, ya no es igual a tiempos pasados que, sin duda, eran mejores. Hay muchos y variados factores que han contribuido a la pauperización, digamos, de la vida actual. Dos factores -de decenas- son la pandemia del virus chino, la cual y aún hoy tiene graves secuelas en nuestra vida toda, y claro, la tremenda inseguridad que está desbocada tanto en la ciudad como en estados vecinos y las carreteras federales, las cuales son tierra de nadie.

Pasaron los días lerdos de Semana Santa. ¿Y ahora, señor lector? Pues nos queda algo sencillo por hacer… ¡a perseguir la chuleta! La obra del santo patrono de Colombia, Gabriel García Márquez, es inagotable. Tiene aristas insospechadas, acalambra a cualquiera, sus resonancias son infinitas y, como si fuese la mismísima Biblia –de hecho su obra es considerada así, “Cien años de soledad” es llamada la Biblia latinoamericana–, ofrece respuestas a cualquier pregunta que uno le formule. Atentos lectores lo comparten.

En una vocación casi adánica por ir nombrando las cosas, las plantas, los alimentos y los animales, Gabriel García Márquez deletrea un mundo casi primigenio, deambula azorado entre mercados, comidas pantagruélicas y ofrece su propia cocina, su visión al momento de sentarse lo mismo él o sus personajes a la mesa.

Son múltiples los ecos y resonancias sobre los sabores y aristas gastronómicas en la obra del mago García Márquez. Si el matusalénico y vetusto Dictador de “El otoño del Patriarca” mandó hornear y luego servir en un opulento banquete para caníbales a su amigo de armas, el general Rodrigo de Aguilar, como una forma de enseñar el poder omnímodo con el cual tenía en un puño a su país tropical e insular, el Gabosabía de un aforismo perfecto: el buen café se bebe… sin azúcar. Menos con otros edulcorantes o sustitutos.

Lo anterior se repite con sorda monotonía en la misma obra ya deletreada, “El otoño del Patriarca”, y en “Doce cuentos peregrinos”, pero sobre todo en su novela de proporciones centáureas: “Cien años de soledad”. Aleatoriamente, esta es una cita textual: “A cualquier hora que entrara en el cuarto, Santa Sofía de la Piedad lo encontraba absorto en la lectura. Le llevaba al amanecer un tazón de café sin azúcar, y al mediodía un tazón de arroz con tajadas de plátano fritas, que era lo único que se comía en la casa después de la muerte de Aureliano Segundo”.

Cuentan los biógrafos de García Márquez, Dasso Saldívar y Gerald Martin, de aquellos años ríspidos, días como lija, cuando el Gabo vivía de prestado y de milagro en una buhardilla en el Barrio Latino en París, Francia (1956). Se entregaba entonces a la redacción de una obra fundamental: “El coronel no tiene quién le escriba”. París se mudaba del verano derretido sobre los tejados, al duro invierno francés. García Márquez aporreaba su máquina de escribir sin pausa hasta la madrugada.

Al mediodía y junto con otros compatriotas latinos, al descubrir que el carnicero del barrio regalaba no una chuleta, sino un hueso si le compraban un bistec completo, el Gabo no pocas veces “pedía prestado el hueso para hacerse su caldo y lo devolvía”. No bistec, sino un hueso, mantuvo con vida a quien llegaría a ser el patriarca de las letras latinoamericanas, el Nobel Gabriel José de la Concordia García Márquez. “Corretear la chuleta…” es la expresión entre nosotros, sinónimo de trabajo y búsqueda de dinero digno para vivir. La bendita chuleta, el hueso en hervor de García Márquez.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.