¿Quién dijo que todo está perdido?

“Mira, no pido mucho, solamente tu mano”

 

Existe por ahí un texto que comienza con el siguiente fragmento: “Qué vanidad imaginar que puedo darte todo, el amor y la dicha, itinerarios, música, juguetes. Es cierto que es así: todo lo mío te lo doy, es cierto, pero todo lo mío no te basta como a mí no me basta que me des todo lo tuyo”. Si se antepone la “vanidad” como adjetivo inherente al ideal de total entrega, por supuesto que nadie lo pensaría –aunque ya de por sí es difícil ver que alguien lo piense o lo haga. Nadie quiere ser vanidoso ni soberbio ni el montón de calificativos que la gente sabe asignar a todo lo que se les antoje; sin embargo, estos distintivos los asignan, mayoritariamente, a los casos, ideales u objetivos que ellos no son capaces de realizar, ya sea por envidia, por inseguridad. Por el entrañable miedo de fracasar. Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato.

“Darte todo”. T-o-d-o: esa palabra de cuatro letras, dos sílabas e incontenibles dimensiones mentales, materiales y existenciales. No pretendo ahondar en qué es ese “todo” pues no me alcanza para escribir al respecto en este trozo de tiempo; pero algo que sí puedo afirmar/mencionar/sugerir/opinar/ plantear de forma rápida –sin pretensiones de verdad absoluta- es que hemos sobrevalorado el “todo” cuando de relaciones humanas se trata. Me parece tan triste y confuso ese “todo” que buscan tantos en su cercanía con otros: meras cosas. Hay quien sólo quiere estar con otro u otra para dejar de gastar, para obtener todo lo que desea, para tener una “buena calidad de vida” (¿comparándola con la de quién? ¿según quién?), para la foto en Instagram de 276 corazoncitos que son más importantes que el único, de veces relegado y pisoteado corazón que tenemos las personas. En estos casos, querido lector, claro que qué vanidad tan grande pensar que puedo darle a alguien ese todo que anhela y desea y sostiene como necesario en su vida. Claro que nada-nunca será suficiente, y nada le bastaría ni a usted ni a mí, menos en este mundo consumista y extremista. Claro que me aterraría y viviría con el constante temor de defraudar la grandísima expectativa. Claro que yo podría bien estar dándolo “todo”, pero siempre buscando algo a cambio por “entregar” y colocar ese tanto de cosas totalmente innecesarias que no llenan ni llenarán el vacío del interior. No obstante, no me nace querer hacerlo, pues, por lo menos para mí, aquel que sólo da “cosas” es porque tal vez no tiene nada mejor para dar. Es por ello que el texto continúa con lo siguiente: “Por eso no seremos nunca la pareja perfecta, la tarjeta postal, si no somos capaces de aceptar que sólo en la aritmética el dos nace del uno más uno”; y tras esa aceptación, termina con esta tenebrosa oración: “(…) Y de pie ante el espejo interrogándose cada uno a sí mismo, ya no mirándose entre ellos, ya no desnudos para el otro… Ya no te amo, mi amor”.

Usted ya es todo. Usted ya es la totalidad del conjunto de materia, emociones, dones, vidas y pensamientos

que no necesitan ser llenados o completados por algo o alguien más. Antes de nada y antes de todo, usted ya existía, usted ya amaba, usted ya vivía, creía y respiraba; y conforme avanza la vida, al “todo”

personal se le añaden experiencias y aprendizajes, haciendo más y más grande las ganas de querer(se) compartir. Sin duda puede uno dar ese todo, esa entrega voluntaria y sin apegos que sucede sin pensarlo, que sólo se vibra y se transmite sin distancias ni tiempos que gobiernen los espacios. Y si en algún momento “todo” parece estar perdido, bien lo dijo Mercedes Sosa, vayamos a ofrecer el corazón.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.