UNA MAÑANA DE TRABAJO

UNA MAÑANA DE TRABAJO

Relato corto

He abierto los ojos. Mi pierna izquierda, tan colaborativa, se coloca en posición para salir de la cama.

La derecha se niega.

—Siempre haces lo mismo —le dice izquierda a derecha.

—Estoy cansada —le contesta y se suelta a llorar.

Mi pierna izquierda, tan comprensiva, se acerca a la derecha. Le promete que hoy saldremos pronto del trabajo porque es sábado y volveremos a descansar. La derecha seca sus lágrimas y cede con un gesto de angustia. La última vez la ilusionamos con la misma historia.

La ducha ya espera. Sabe que demoramos entre 15 y 20 minutos cada mañana, y como hoy mi pierna derecha amaneció triste y cansada, se nos ha hecho tarde para salir a la hora.

—No podemos demorar —dice fastidiada apenas asomamos la cabeza.

Pero yo también estoy cansada, ducha. Lamento la impuntualidad y tus pequeñas cóleras matutinas. Tienes razón, de todas formas. No podemos llegar tarde a trabajar. Ya habrá tiempo para quejas, cansancio y otras cosas. Entonces la ducha, tan dramática, deja salir el agua fría, producto de su orgullo, y progresivamente, mientras le pido disculpas, se va calentando.

Los escalones nos dan 17 veces los buenos días. Se alegran que esta vez las prendas no estén enfadadas entre sí y procuran que mi pierna derecha se apoye en el lado más estable para hacerla sentir fuerte y útil. Se alegran aunque no pueden ver el amanecer con la claridad de antes: las partículas de polvo se han reproducido e instalado en su superficie. Tampoco van a quejarse, pues sabemos que ya hubo suficientes quejas la mañana de hoy.

Sólo se limitaran a ser funcionales, como el resto de los muebles, llenos de polvo también. El trabajo ha sido tanto últimamente que no han recibido la atención que merecen; y cuando sea la hora y deba irme, hablarán de lo que no me dicen, como sus deseos de tener piernas y brazos propios para evitar el tener que molestarme.

Entonces, un recuerdo atraviesa corriendo la sala de estar. Con la mitad de si escondido detrás del sillón, le hablo suavemente para que se acerque a donde estoy. Mi recuerdo se cubre algunas partes mientras avanza a mi encuentro, como si no quisiera ser visto; y mientras gradualmente se reduce la distancia entre nosotros, lo reconozco. Es mi recuerdo de hoy, 18 de agosto, hace algunos años contigo en tu habitación. Nuestro cumpleaños. Regaño a mi recuerdo por haberse escapado de la vitrina donde lo tenía colocado, pero no me sigue la discusión, como hacen la mayoría de los otros. Sólo me mira, tan viejo.

— ¿Nos recuerdas? —me dice, temblando.

Me encantaría, recuerdo, decirte que sí y que te he echado de menos y charlar acerca de lo que bien conocemos ambos. Pero ¿qué caso tiene ahora hacerlo? Ya no hay con quién compartirnos. Y como ya tengo que partir al trabajo, tan sólo te diré que me disculpes por haberme exaltado y te devolveré a tu sitio, tomándote de un extremo con sumo cuidado para no estropear tu buena intención. Otro día, quizás, te dejaré volver conmigo.

Mi casa se despide al unísono mientras tomo las llaves del coche y el portafolio. Quedan 8 minutos para que llegue con Tiempo, a quien miro a través de la ventana del recibidor, tan preciso, aguardando.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.