RESPETAR LA FILA SIN PERDERSE EN LA PANTALLA

Señora! Le dije. Y se detuvo.

Percibí la intención en el momento en que no se puso detrás de mí en la fila, sino un poco a mi derecha. De inmediato saltó la señal de alerta. “Esta no quiere hacer fila”, pensé.

Instantes después comenzó un enfrentamiento. Tan pronto terminó el cliente que estaba delante de mí, se la jugó intentando llegar al mostrador antes que yo. Sin pensarlo, solté el “señora” con voz lo suficientemente fuerte para demostrar mi intención de preservar el sagrado orden universal.

“Solo voy a recoger”, me dijo. “Yo también”, respondí. Con cara y voz que indicaron mi intención de sostener la fila. “Es que ya estaba aquí, salí y volví”, explicó. “Eso está muy bien, pero hay una fila”, respondí… No dije nada más. Y se cuadró.

Los de la pizzería se equivocaron en el pedido que me entregaron, pero por un momento se hizo justicia digna de superhéroes poniendo orden en el caos. La señora guardó silencio. No hubo manera de victimizarse y cedió. Aunque su cuerpo indicaba violencia
contenida. Por mi parte, por un segundo se alinearon los astros y todo estuvo en su sitio. Por un instante.

Yo quiero un país donde se respete la fila, aunque nunca he estado de acuerdo con los que quieren mantener el orden a macanazos. Pero los que se cuelan, los que dan vuelta en segundo carril sin esperar su turno, los que abusan. Esos merecen un severo extrañamiento repleto de desdén. Se me viene a la mente aquella explicación que escuché de las tierras de misión. En las que el fruto del apostolado o de la civilización, en este caso vendría generaciones después. Esa visión funciona. La de sembrar, cuidar y dejar crecer. Al final, me parece que es la única real.

Si queremos salir de esta marisma de chanchullos, de la hedionda vida nacional de corrupción, compadrazgo y excepción, tendremos que empezar a respetar el turno y la fila. Ojalá lo hagamos desde el corazón y que nunca venga un externo a dictar los
quereres. Eso nunca acaba bien. Véanse las dictaduras del siglo XX, para un ejemplo concreto.

Y no lo verá nuestra generación. Porque las cosas no son absolutas. Haremos un esfuerzo en unas cosas y omitiremos otras. La negociación propia de la supervivencia. Pero la suma de nuestros esfuerzos extraordinarios, los heroicos esfuerzos por los hijos, tienen que poder darle un mejor aspecto al futuro.

Y tampoco lo verán ellos. Que, si lo hacemos bien, lo harán mejor, pero tampoco hay garantías.

Depende de lo que cada uno este hecho. Del tamaño de sus virtudes contra el de sus vicios. Pero si acertamos y sacrificamos también de ellos habrá sacrificio y entonces, poco a poco mejora.

Tres generaciones, dijeron aquella vez. Hacen falta tres generaciones para formar cultura. Y me atrevo a proponer que la actual, corre el riesgo de enfocarse en el accidente y no en la esencia. Corremos el riesgo de palomear la visita al museo con la foto y no aprender nada. De capturar el momento en el gimnasio y no ejercitaran nada. De compartir tiempo y espacio con los hijos, sin dejarles nada.

De desperdiciar las oportunidades educativas. Los momentos donde se afianza una lección, la panoplia de oportunidades de educar que hay en la vida diaria. Que nos halla, como generación de padres, enchufados al teléfono, perdiéndonos con nuestros hijos en las pantallas.

Sé que no estoy para arrojar la primera piedra. Es una lucha difícil. La adicción es ¡tan placentera! La manera en que se engancha a nuestro sistema de recompensas, haciéndonos sentir lo mejor del mejor de los placeres, el éxtasis del chute directo al ego. A
algunos les pone Twitter, a otros Facebook y otras tribus se pierden con Instagram o Tik Tok. Y ahora, junkies digitales, estamos criando la siguiente generación.

Supongo que se puede ver desde la otra perspectiva. La del caos. La de la regresión que infantiliza. Que nos hace cada vez menos listos hasta que toquemos fondo. Y desde ahí, los que vengan después, con lo mejor de lo que hicimos y les pudimos transmitir,
vuelvan a iluminar a la humanidad con la sabiduría y no, como nosotros, con pantallas.

Jesús Santos

Educador con amplia experiencia en la formación de padres de familia, docentes y alumnos. Especialista en personas. Intenta todos los días educar en libertad. Regio de origen. Actualmente dirige el North Hill Education System en el norte de la ciudad. Papá de 4, esposo de una para toda la vida.