09/11/18

09/11/18

Pamplona, Navarra, España

Audífonos. Audífonos por todos lados. Venía caminando de vuelta a mi piso y no pude evitar notarlo: para ser el cliché del universitario, uno debe llevar mochila, audífonos y, en caso de ser fumador, un cigarrillo entre los dedos. ¿Y cómo no verlo? Aquí en Pamplona, la mayor parte de la población se divide entre jóvenes estudiantes que vienen de paso y viejos pamplonicas que transitan por su propio otoño.

Un par de cuadras antes del portal, sobre la calle de Iturrama, me detuve y me senté en un banco a observar. Todos nosotros, los estudiantes, caminábamos con prisa, sumergidos en nuestro mundo, mirando hacia el suelo o hacia el cielo; después de una semana de trabajo, el viernes por la tarde es el día más esperado y URGE llegar a casa para dormir un poco, salir de fiesta y olvidarse de todo. Los viejos, por su lado, estaban instalados en alguno de los innumerables bares y cafeterías, compartiendo vino, café o cerveza y un par de puros y risas.

En realidad, los jóvenes y los viejos, aunque distintos, tenemos cosas en común: ambas partes queremos vivir nuestro momento, hacer planes con los amigos seguido y experimentar cosas que nunca antes hemos hecho; al final de cuentas, nada perdemos: nosotros vamos empezando y ellos, después de una vida, pueden darse cualquier lujo. Sin embargo, son dos factores los que nos separan claramente de bando: los audífonos y la noción del tiempo.

Los jóvenes tendemos a cerrarnos del exterior, ese exterior que corre más rápido que uno y que pretende le sigamos el paso, siendo los audífonos una forma sugerente y sutil de evitar que se nos acerque algún individuo, así como la mejor herramienta para callar un rato los pensamientos a los que les damos el poder de agobiarnos. Y si se nos acercan, pues “Disculpe, con permiso, que llevo prisa”, prisa de llegar y aprovechar algunas horas del fin de semana que, aunque todavía no empieza, ya mismo se acaba. En cambio, los viejos ya no juegan a esconderse. Ya no compiten. ¿Qué necesidad de apresurar la vida, el tinto y la charla? ¿Qué necesidad de llevar audífonos cuando hay tanto que escuchar? ¿Qué necesidad de luchar contra esa cuenta regresiva que involuntariamente a todos nos gobierna? Algunos se percatan de esto más pronto, dejándose de preocupaciones y lamentos; otros, en cambio, cada día corriendo, cada día el maratón, convirtiendo el recorrido en medio y no en camino.

No me sorprendí cuando miré el reloj y casi hora y media había pasado desde que me instalé en el banco; hora y media de mi vida dedicada a disfrutar desde la distancia la alegría y la paz de los viejos, esos árboles firmes, rugosos y semidesnudos.

Seguía con los audífonos puestos, la misma canción en modo repetitivo. Tuve una urgencia por quitármelos y escuchar la naturalidad del ruido; de respirar y sentir al mismo tiempo. El clima se encontraba en mi punto favorito. Hacía días o meses que no caminaba por mero gusto, y ya con otro aire en mi interior, me dispuse a ello… Y caminé.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.