Mis amigas en el cielo

Sólo con la fe se pueden apoyar unos a otros para seguir adelante, esperando el reencuentro definitivo y eterno

Viernes, 29 de agosto de 2008

Camila Achondo iba sentada en la parte trasera del autobús. Dormía. En el momento en que el bus perdió el control salió disparada por la ventana y cayó en un barranco a una cierta distancia. Comenzó a pedir ayuda. La que la escuchó fue la Maca, su amiga, quien iba sentada en la segunda fila del autobús, adelante. Bajó corriendo a donde Camila estaba. Y le decía: “Maca, convérsame de algo, Maca, me voy a quedar dormida”. Camila relata que de repente la escuchaba como de lejos y le decía: «Maca, por favor, dime cualquier cosa». Y preguntó: “¿Estoy muy mal?”. La Maca le tocó la cabeza, y Camila le vio la mano con sangre, que Macarena se limpió inmediatamente.

“No, no tienes nada”, fue la respuesta que escuchó, aunque Camila entendió que se lo decía para que no se asustara. Entonces le dijo: “Maca, recemos”. Un autobús con 29 niñas de 15 y 16 años del colegio Cumbres de Santiago de Chile se volteó en una carretera del norte del país, precipitándose en un barranco. En el accidente murieron 9 niñas y varias resultaron heridas. Sábado, 30 de agosto de 2008. Una vez que Camila fue trasladada a la ciudad de Santiago, se le internó en la clínica de la Universidad Católica, pues necesitaba ser intervenida urgentemente: tenía una fisura en la segunda vértebra y corría el riesgo de quedar paralítica.

Los dolores que esto le provocaba eran muy intensos. No obstante, Camila les dijo a los doctores que no la tocaran; ella aguantaría así, un día más, hasta el domingo a las tres de la tarde. ¿El motivo? Así Camila tendría la oportunidad de ir a la misa de funeral, para despedirse de sus amigas. Dijo que ella lo necesitaba para poder seguir adelante. El doctor la entendió: la inmovilizaron y fue en silla de ruedas, junto con Cristina, otra de sus compañeras que también había tomado la misma decisión. Domingo 31 de agosto de 2008. Camila, mientras fue intervenida, sostuvo en sus manos la foto de una de sus compañeras, María de los Ángeles, pues quiso ofrecer los dolores y sufrimientos de la operación por sus amigas y por los familiares de las niñas que habían fallecido en el accidente.

Le confesó a su mamá que si antes no tenía la certeza de que alguien la estaba escuchando desde arriba, ahora sí la tiene. Sabe que cuenta con un gran apoyo, el apoyo de sus amigas que ahora están en el cielo. “Mamá, tú no entiendes que es un milagro que yo esté viva. Para algo quedé aquí. Piensa que desperté en el barranco con una piedra en la nuca, y que corrí el riesgo de quedar inválida. Tal vez tengo una misión. Ahora sé cuáles son las cosas por las que de verdad tengo que sufrir, por las que de verdad tengo que reír, las cosas que tengo que aprovechar. Siento que soy otra persona. Siento que volví a nacer”.

Camila, junto a sus compañeras de curso y las familias de las niñas que fallecieron, han sabido enfrentar esta noticia con un corazón lleno de fe y lleno de esperanza. Camila misma lo declara: “Pensamos que las que no están es porque están mejor”. Es verdad que es difícil encontrar palabras de consuelo para las familias de las niñas que fallecieron, que ante un accidente el buscar culpables no resucita a las personas fallecidas. Sin embargo, saben que sólo con la fe se pueden apoyar unos a otros para seguir adelante, esperando el reencuentro definitivo y eterno: ese abrazo que ya nunca terminará y que nos enjugará todas las lágrimas.

Algo que Camila –y muchos que hemos perdido seres queridos– estamos esperando con ilusión.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.