LA DIETA DE FRANKENSTEIN

La comida de un monstruo. Por estos días de Dios en los cielos y violencia sin fin en contra de las mujeres en nuestro México siempre desgarrado, doy clases de literatura y lectura a un par de féminas hijas de un matrimonio de buenos amigos míos. Ellas han escogido como siempre, el tema. Siempre lo hacen y yo acepto, aunque me meten en sendos aprietos. Escogieron tres libros que ellas dicen, todo mundo cita, pero nadie o pocos han leído. Tienen razón.

Es el caso de “Frankenstein o El moderno Prometeo” de Mary Shelly, “Drácula” de Bram Stoker y “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes. Seamos francos, todo mundo los citamos y presumimos de las cualidades de estos autores y libros, pero pocos (me incluyo, claro) los hemos leído en sus versiones originales y menos hemos profundizado en ellos.

Imagino usted ha visto alguna de las más de cien películas que hay sobre ese monstruo, ese engendro salido del bisturí, imaginación y ciencia del doctor sueco Víctor Frankenstein. El doctor y científico se llama así, Víctor Frankenstein, pero ¿y el monstruo? Pues no, no tiene nombre. ¿Cuándo el nombre, apellido del padre de la creatura diabólica, le fue endosado a éste como su nombre de pila? Desde siempre y más, cuando Hollywood se apodera de todo y es cuando lo pudre en su cine descafeinado.

Pero vaya, ese no es el punto hoy, eso lo abordaremos en nuestra tertulia sabatina de “Café Montaigne.” Hoy sólo le presento y a vuela pluma, lo poco o mucho que se dice o se nombra en materia de alimentos y bebidas en la novela de “Frankenstein.” Recuerde usted el año de la publicación del texto, 1818 y su entorno: los países de Alemania, Italia, Rusia, Suiza; el célebre Monte Blanc; Inglaterra, Irlanda, el Polo Norte. Es importante lo anterior. Muy importante en materia de verosimilitud literaria, que la verdad, esta novela no es del género gótico, sino realista. En fin, le digo, para explorar y largo, en otro espacio.

¿Comía el engendro creado por el Dr. Frankenstein, no obstante que éste fue armado con desechos de cadáveres del cementerio cercano? ¿Tenía frío, sentía calor, tenía eso llamado pulsaciones humanas? Iniciamos. Cuando el viajero y aventurero Robert Walton en camino en su barco al Polo Norte, encuentra en aquellos helados páramos de hielo y ventiscas sin fin al doctor Víctor Frankenstein quien a la vez perseguía al engendro, lo sube a su barco para socorrerlo, así lo describe: “Jamás vi a hombre alguno en condición tan lastimosa. Intentamos llevarlo al camarote, pero en cuanto dejo de estar al aire libre perdió el conocimiento, de manera que volvimos a subirlo a cubierta y lo reanimamos frotándolo con coñac y obligándolo a beber una pequeña cantidad. En cuanto volvió a mostrar síntomas de vida lo envolvimos en mantas y lo colocamos cerca del fogón de la cocina. Poco a poco se fue recuperando y tomó un poco de sopa…”

El espacio aprieta. Antes de terminar, aunque continuaremos en la próxima semana, el engendro del Dr. Frankenstein, el monstruo no comía carne… era vegetariano.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.